El Escritor de Canciones: Martes de Carnaval (Cap. III y Último)

Todo ocurrió en la madrugada de lunes a martes de carnaval, cuando el alcohol corre por las venas de la gente mezclado con la lujuria de la carne, en ese viaje del sexo prohibido hacia la penitencia del miércoles de ceniza, la preparación de los cristianos para la cuaresma, el ayuno, los cilicios cargados de espinas manchadas de sangre, el advenimiento de la primavera y una nueva vida que se alargará hasta la llegada de las primeras nieves. 
En carnaval se apura hasta la última gota de líbido y vodka hasta el amanecer del tercer día, con los cuerpos encerrados en vestimentas que nos hablan de las fantasías donde la realidad nunca puede llegar. Una aventura de los sentidos durante dos días al año, una fuente de imspiración para cualquier artista disfrutando de la creación de la hipérbole del ser humano.
Allí se encontraba refugiado tras una máscara veneciana, libreta verde de media cuartilla en el bolsillo trasero de un pantalón vaquero camuflado bajo una larga túnica de fina seda, al acecho de una letra de canción esperándolo en la humedad de la noche. No es que le gustara especialmente asistir a fiestas, pero era carnaval, y en carnaval nadie es realmente quien dice ser.
Sonaba estruendoso, bastante pasada la medianoche, Adiós Sancho de Los Coronas, y en su garganta entraba el decimosexto chupito de José Cuervo, dicharachero compañero en la adictiva soledad cuando por detrás se le acercó una máscara acompañada de una silueta hermosamente sinuosa que le susurró al oído la matahárica frase de -"¿te lo vas a beber todo tú solito?"-. Esa invitación a la invitación, a sabiendas del triunfo de quien ya sin la careta se siente segura de ello le atravesó el corazón. no estaba acostumbrado a que nadie se le acercara, y, total, también le daba igual.
El caso es que no pudo ni quiso resistirse. El resto de la botella dio paso a melodías tan poco carnavalescas como sí que lo fueron los intercambios de fluidos corporales enmedio de una atestada pista de baile primero, y más tarde a la habitación de la única pensión para trabajadores de aquel pueblo dejado de la mano de Dios que se habría de convertir también en su infierno particular hasta el fin de su existencia.
La mañana siguiente, más bien a primera hora de la tarde, el tremendo olor a pólvora de la calle y una vieja canción de Tommy Conwell le machacaba el cerebro con su letra:
"Half a kiss can make you crazy
half a beat can make you dance
but half a heart & u're a loser
'cos half a heart ain't got
half a chance
half a heart....half a heart...half a heart
to give me love with just half a heart"
Nunca supo quién era la máscara, tampoco quiso buscarla, pero ahora podemos ver al viejo escritor de canciones sosteniendo la barra de aquel garito de mala muerte, con una libreta verde junto a una botella de tequila reposado, debatiéndose entre viejas canciones que al final, había escrito para él, y nada más que para él.

1 Response to "El Escritor de Canciones: Martes de Carnaval (Cap. III y Último)"

  1. Me gusta que haya peros porque así siempre podré mejorar. A veces debería sustituir algún héroe cansado por uno de verdad, de los que salen en las pelis de Nora Ephron, aunque yo soy más de tradiciones "Pérezrevertianas" en ese sentido.

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