Nuevo Año

Dicen que los ciclos son de siete años. El número, obviamente, es bíblico, pero se ha convertido para mí, por arte de birlibirloque, en un enigma más allá de la fe católica y sus manipulaciones. Yo vuelvo la vista atrás y, dentro de todo lo bueno y lo malo de los últimos siete años, tengo muuuuuchas fechas horribles, pero hay dos que me marcan para toda mi existencia.

21 marzo 2013 (21/03/2013) Nace Daniel, mi hijo. Yo lo ví salir del vientre de su madre, respiro y me muevo por él.

29 junio 2013 (21/06/2013) Me caso con Susana, madre de Daniel y luz que me empuja. 

Después está el nacimiento de mis sobrin@s, dando patadas en las espinillas contínuamente.

Más tarde, mis sobrinos políticos, convertidos en carne mía.

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Comienza 2016.

La ilusión sigue intacta, la experiencia es más fuerte, las raíces están agarradas. Tengo a mi lado a una mujer buena, inteligente (por supuesto, más inteligente que yo), dos hijos (una venía ya dando guerra y el otro es pólvora en el culo), una madre y tres hermanos dolidos por un lado, pero conscientes de mis posibilidades (y aún así no me zarandean todo lo que debieran) y un puñado de amigos que merecen hablar bien de mí allá donde vayan, porque se sientan orgullosos de ser eso, mis amigos.

Así que he trazado un plan. Igual que tuve la osadía de rebelarme contra mí mismo y contra todos los del párrafo de arriba, ahora no me queda otra que demostrarles, simplemente, que me los merezco, comenzando por mi mujer, siguiendo por mi madre, hermanos, cuñad@s, y por mis amigos.

Comenzaré, el 1 de enero de 2016 queriéndome a mí mismo (intentarlo es fracasar, el empate nunca estuvo en mis oraciones). Eso implica cuidarme físicamente y mentalmente, el fifty fifty equilibrado lanzará la balanza hacia todo lo demás. Los que me conocen saben que, teniendo controlado ese ritmo de salsa, yo seré feliz y, por ende, haré felices a quienes me quieren y rodean.

Después de eso, todo vendrá rodado, el ciclo malo toca a su fin.......ahora, yo mando.

Confiad en mí.

42

Estábamos en lo alto de la catedral de Salamanca, y mientras él se fumaba un "cacharro", yo le explicaba mirando al puente romano que cruza el Tormes, que por ahí regresaban las putas los lunes de aguas de su destierro de semana santa, y que el trasiego nocturno de gente bien había sido enorme las noches de dicha semana. Vamos, que follar se follaba lo mismo, añadiendo el morbo de lo prohibido. Luego, en la ribera, comían el hornazo como si nada hubiera pasado. Disfrutaba de esos momentos, le gustaba saber dónde estaba y su historia.

El 19 de julio del 85 mi padre y él nos despertaron a las tres y media de la mañana a mi hermano Manolo y a mí, yo entonces tenía 12 años, mi hermano 10. Era el combate. Los bocadillos preparados de chistorra, tomate, lechuga, mayonesa....como si no hubiéramos comido en años. Claro, había que estar preparados. Con los bocatas también nos zampamos los teloneros, aburridos, sobre todo por la expectación de asunto principal. A eso de las cuatro y media Mike Tyson salió y se despachó a Larry Sims en ocho minutos y cuatro segundos, aún nos quedaba bocadillo.

Como esas dos, podría escribir un libro de anécdotas de él, unas buenas, otras no tanto, pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Hoy he cumplido 42 años y desde hoy, la fecha de mi cumpleaños va a ir unida al día en el que te dije adiós por última vez, entre el sonido de la alarma de un coche de bomberos y el reconocimiento del todo el pueblo de Torrevieja, tu casa, tu vida, de que realmente fuiste mucho más grande de lo que nunca imaginaste.

Quiero que desde donde estés cuides de nosotros.

Nos vemos en el otro lado, Yulen.

Navidad

Navidad ya no es Navidad. Sí, lo pongo con mayúscula siempre porque es, pese a quien pese, el momento más importante del año. No valen cumpleaños, ni santos, aniversarios u otra celebraciones, es todo lo que hemos hecho en el año, bueno o malo, y celebramos o mandamos a la basura.

Yo he tenido uno de los peores años de mis cuarenta y un años de existencia, pero he sido educado en la disciplina de que nadie puede quebrar los sueños que tengamos. Mis hermanos y mis primos sobrevivimos gracias a esa premisa, estar juntos en cada ocasión es imprescindible, me casé con alguien adicta a eso, es inquebrantable, pase lo que pase. 

Cualquier tormenta nos va a romper la cara, pero no nos va a destruir. Tendremos frío, lloraremos, podremos pensar que el mundo no es un lugar amable. Tendremos razón, derecho a romper cualquier cosa física que se ponga a nuestro alcance y fuerza; y aún así, debemos mirar a nuestro alrededor, aceptar que debemos seguir caminando, que no necesitamos báculos porque hay sonrisas cerca para nosotros, y que, el año que viene, mal que le pese a muchos, volverá a nacer quien nos da fuerza.


Os quiero, y no necesito dar nombres.

Papá

Estoy yendo y viniendo mucho rato, tanto que no puedo controlar porque soy muy pequeño, y no me han enseñado a contar. Por otro lado, las dimensiones (voy a contarlo como se), se reducen a tengo hambre y necesito un biberón, me he meado y el pañal pesa más que yo, y no se dónde dormir porque tus brazos están fríos y no me acunan.

Hace un par de horas tú y yo jugábamos a mi antojo en el salón de casa, ahora lanzando pelotas de tenis, después pulsando botones buscando una canción de esas chulas, de las que sabías que me hacían dar vueltas sobre mi eje a la vez que lanzaba carcajadas.

Pero hace un rato que no te mueves, te quedaste boca arriba en el parqué, sin gafas (me las puse yo para ridiculizarte), rígido, y cada vez más frío.

Yo interpreté que querías jugar a "arre caballito", así que me subí sobre tu cadera y galopé, galopé mucho intentando que tú, como siempre, me alzaras un poco más, haciéndome reír mucho más que de costumbre. Porque tú eres papá, y cada vez que río, intentas que lo haga un poco más. Hay momentos que no tengo muchas ganas, y lo hago para que sientas que conectamos, por muy pequeño que soy.

Pero no te mueves, no respondes. Soy pequeñito y te necesito. Y si te necesito ahora, imagina dentro de unos años, en un mundo en el que tú intentas moverte, en el mundo donde te prometieron un final feliz.

Estoy solo, papá, y no quiero que te vayas.

41

Sin pena ni gloria pasa una fecha que ya no resulta tan importante para mí como para recordarla dos meses después. Será porque otras se suben encima y las machacan, las mismas que me indican un camino que ya no sube, más bien baja, despacito, pero baja. Es el momento de comenzar a disfrutar cada minuto, cada cerveza, cada beso, cada sonrisa, sin aspavientos, solo pensando que me lo puedo meter todo en el bolsillo e ir sacándolo si mi voluntad lo puede ir necesitando. Es el momento de ir frenando la carrera y caminar relajado, aunque quede mucho por pelear con la vida, la postura está desprovista de prisa alguna.

Tocar el Cielo

Tenía la sensación de estar a punto de tocar el cielo con las manos contínuamente, en cada acción, nada más levantarse, cuando se giraba y contemplaba en calma todo lo que más quería en el mundo.
Aún así, algo le pinchaba en la nuca recordándole dolorosamente que no se acostumbrara, porque todo es efímero, tanto, que treinta años de felicidad se marchaban en un momento, en un flash, y no servía de nada, solo fotos antiguas impresas en su memoria, como una película de la que te quedan las secuencias más llamativas, pero ya está, no existen, o dejan de existir.
Ya no hay realidad, queda el miedo otra vez, el anhelo de que vuelva a suceder, aunque sea solo un microsegundo imposible. Entonces se decía a sí mismo "graba en tu mente, graba en tu mente, intenta que nada se te escape", en un intento impotente de atrapar el cielo escapando, nubes corriendo a toda velocidad mirando de reojo, advirtiendo a todo aquel que se acerque que igual que sientes la gloria en la palma de la mano, nunca la podrás hacer tuya. 
El cielo es imposible atrapar.

El Día Antes

Se sentó delante del ordenador como cada noche, con las palabras medidas, los pensamientos claros y el objetivo centrado en el punto de mira. Lo había hecho así los últimos tres años. Era fácil, continuar una historia ficticia hasta llegar a la final.
De repente, frenó en seco. Valorar frase a frase, promesa a promesa, releyendo todas las palabras lanzadas en nombre de un ideal se le fueron antojando una carga quizás demasiado pesada. No conocía físicamente a su prometida, y eso para un hombre, por muy enamorado que estuviera, se le podía revolver como una víbora.
Así que comenzaron las dudas, que si él tenía manías, que si ella pudiera volverse atrás. Conocer a alguien en la red, intercambiar frases bonitas, era algo muy arriesgado en cuanto traspasaran la frontera de la realidad.
Sacó una moneda. Sí, una moneda después de tanto camino recorrido para dilucidar el resto de su vida. La lanzó al aire y mientras volaba todas las noches en vela pasaron por su mente, dejando al destino la respuesta, la forma más cobarde de decidir los próximos treinta años.

La moneda cayó por la cruz, justo lo que esperaba.

Ahora, quince años después, piensa el futuro de sus hijos.


Belleza

Llevan los entendidos milenios sentenciando cánones de belleza. Nos dice la wikipedia que el cánon oficial es "el conjunto de aquellas características que una sociedad considera convencionalmente como bonito, atractivo o deseable, sea en una persona u objeto. Es históricamente variable y no es común a las diferentes culturas. Esta belleza del atractivo personal es lo que ha atraído el interés de múltiples pensadores a lo largo de toda la historia".
Hoy en día, "altius, citius, fortius" es, sin saber una mierda de latín, la máxima que nos lleva a Brad Pitt, Cristiano Ronaldo, o, dando giros para no llegar al infierno, George Clooney en el ideal masculino. Sí, ya lo sé, no es una referencia digerible para las más exigentes, más que nada porque solo los escuchamos y los vemos moverse bajo un guión premeditado (sí, sí, Cristiano Ronaldo también).
En el lado opuesto, el asunto varía mucho más, quizás porque la líbido masculina es mucho más sencilla, y por eso abarca horquillas tan amplias que van desde Amaia Salamanca hasta angelina Jolie, pasando por Mónica Belucci o Megan Fox.
Eso es lo que ahora mismo prima. Cuerpos sacados de los cánones griegos de proporción, acentuados por rasgos provocativos (que para las mujeres puede ser una sonrisa y para los hombres un guiño de ojos, sin desmerecer a nadie). Hoy en día nadie repararía en Tolouse-Lautrec o alguien semejante (puede que igual que sus contemporáneos).
Yo planteo un cánon de belleza distinto, algo no basado en el físico. Muchos podrán decir: sí, ya, claro!!!, eres uno más, los feos siempre proponéis algo diferente. Vale, pero yo lanzo un desafío a todos los que piensan eso. Es un reto divertido, fuera de toda norma, de convencionalismos y miradas comunes. Lo propongo.

Tengan ustedes descendencia. Tengo la enorme dicha de haber recibido un ser minúsculo, de apenas tres kilos, sano, sin tara "mediática" alguna (porque ya cualquier enfermedad sale en televisión, con todo el respeto del mundo a quien no tuvo mi suerte), y díganme, uno por uno, sea quien sea, y de la forma que sea, si su retoño no es el ser más bonito del mundo.
Bien, pues ahí tienen el "canon" de belleza que ninguna regla puede vencer, ahí están reflejadas todas las virtudes del ser humano, las buenas intenciones, los mejores deseos, la inocencia en estado puro. Eso es la belleza, ahí está el objetivo final de la especie humana.
Yo llevo, a esta hora del día que es, veinticuatro días saboreándola. Daniel es la esperanza de un mundo nuevo, y, como él, todos los que vienen a un lado y otro de la carretera. Nuestra misión es que sean capaces de mejorar lo que nosotros estamos destruyendo, es una bandera libre de ideales, normas o reglas, es una personita dependiente de educación...bueno, de EDUCACIÓN. Eso partirá desde casa, con valores, con historia, con música, con deporte, con metas para trazarse y cumplir él solito conforme vaya teniendo uso de razón y le apetezca.

Aquí lo vamos a intentar.

Salutem plurimam.

Daniel

Estás a punto de llegar y todo lo que tenía pensado decirte lo he olvidado por completo. Llevo toda mi vida preparándome para este momento, anotando triunfos y caidas, trazando caminos de baldosas amarillas para ti, engordando mi biblioteca, la colección de discos, todo un abanico de ilusiones que yo fui perdiendo en mi camino con la egoísta esperanza de que tú las retomes y ahora, justo ahora, cuando estás a punto de llegar, he decidido quemarlo todo en una hoguera ritual.
Todo lo que yo he sido y lo que no, se debe única y exclusivamente a las decisiones que he tomado por el camino, y las condiciones en último caso han sido mias, nada más que mias. Si estoy satisfecho o no es producto de ellas y solo me afectan a mí.
Por eso cuando llegues, Daniel, tendrás ante ti un libro en blanco por escribir. Yo estaré ahí para tratar de guiarte, darte una base sólida, una espalda en la que apoyarte, un refugio cálido. Lo demás, la misma vida te lo indicará.

El Almendro



El almendro los contempla cada año, recién salidas sus flores al mundo celebrando con ellos la dicha que vienen a compartir especialmente con él. De hecho, un lienzo con sus ramas adorna su salón en memoria de esa fecha especial. Pero no queda ahí la cosa, no, los fastos se extienden esta vez con una visita al frío escenario de la niñez, rodeado de piñas en el suelo, una fuente de agua pura llena de recuerdos salpicados de miradas nostálgicas y besos enamorados, el olor a romero y caracoles en su camino a la rutina.
Presente pasado y futuro conjurados en dos, luego en tres, más tarde en cuatro, pronto, muy pronto cuatro, esperando  que vuelva a llegar de nuevo el día en el que el almendro muestre su más bella cara y ellos le cuenten entre fotos y bromas cómo fue el año.

El Escritor de Canciones: Martes de Carnaval (Cap. III y Último)

Todo ocurrió en la madrugada de lunes a martes de carnaval, cuando el alcohol corre por las venas de la gente mezclado con la lujuria de la carne, en ese viaje del sexo prohibido hacia la penitencia del miércoles de ceniza, la preparación de los cristianos para la cuaresma, el ayuno, los cilicios cargados de espinas manchadas de sangre, el advenimiento de la primavera y una nueva vida que se alargará hasta la llegada de las primeras nieves. 
En carnaval se apura hasta la última gota de líbido y vodka hasta el amanecer del tercer día, con los cuerpos encerrados en vestimentas que nos hablan de las fantasías donde la realidad nunca puede llegar. Una aventura de los sentidos durante dos días al año, una fuente de imspiración para cualquier artista disfrutando de la creación de la hipérbole del ser humano.
Allí se encontraba refugiado tras una máscara veneciana, libreta verde de media cuartilla en el bolsillo trasero de un pantalón vaquero camuflado bajo una larga túnica de fina seda, al acecho de una letra de canción esperándolo en la humedad de la noche. No es que le gustara especialmente asistir a fiestas, pero era carnaval, y en carnaval nadie es realmente quien dice ser.
Sonaba estruendoso, bastante pasada la medianoche, Adiós Sancho de Los Coronas, y en su garganta entraba el decimosexto chupito de José Cuervo, dicharachero compañero en la adictiva soledad cuando por detrás se le acercó una máscara acompañada de una silueta hermosamente sinuosa que le susurró al oído la matahárica frase de -"¿te lo vas a beber todo tú solito?"-. Esa invitación a la invitación, a sabiendas del triunfo de quien ya sin la careta se siente segura de ello le atravesó el corazón. no estaba acostumbrado a que nadie se le acercara, y, total, también le daba igual.
El caso es que no pudo ni quiso resistirse. El resto de la botella dio paso a melodías tan poco carnavalescas como sí que lo fueron los intercambios de fluidos corporales enmedio de una atestada pista de baile primero, y más tarde a la habitación de la única pensión para trabajadores de aquel pueblo dejado de la mano de Dios que se habría de convertir también en su infierno particular hasta el fin de su existencia.
La mañana siguiente, más bien a primera hora de la tarde, el tremendo olor a pólvora de la calle y una vieja canción de Tommy Conwell le machacaba el cerebro con su letra:
"Half a kiss can make you crazy
half a beat can make you dance
but half a heart & u're a loser
'cos half a heart ain't got
half a chance
half a heart....half a heart...half a heart
to give me love with just half a heart"
Nunca supo quién era la máscara, tampoco quiso buscarla, pero ahora podemos ver al viejo escritor de canciones sosteniendo la barra de aquel garito de mala muerte, con una libreta verde junto a una botella de tequila reposado, debatiéndose entre viejas canciones que al final, había escrito para él, y nada más que para él.

40: Cruzando una línea

Siempre pensé que al  llegar a los cuarenta trazaría una línea con todo lo vivido y por vivir, dejando a un lado y a otro los sueños para comenzar a construir realidades. Y justo hoy, fecha de mi nacimiento allá en 1973, me doy cuenta de que no sirven para nada las líneas cuando es un mismo camino contínuo, con lo bueno y con lo malo, sin líneas que cruzar y traspasar. Formo parte de un todo, sigo teniendo mis sueños, obviamente no son los mismos de hace veinticinco, veinte, quince, diez, cinco....así sucesivamente hasta llegar a hoy, demostrando el movimiento. No me quedé estanco en un compartimento a una edad determinada. Eso me gusta, eso indica vida, sentirme animado a seguir y ver qué me depara el resto del, espero, largo camino aún por recorrer.
Salutem plurimam.

El Escritor de Canciones (Cap. 2)

El mundillo de las bandas de rock, pop, punk, mod, heavy y demás tribus musicales siempre ha estado repleto de tipos con una presencia increíble, que, independientemente de su talento, pueden llegar a lo más alto a poco que un buen agente tenga contactos y controle medianamente el negocio de explotar una imagen cuidada o descuidada, según convenga. Indudablemente, el gancho en el escenario ha de ser natural, acompañarlo de una canción pegadiza y suerte, una dosis de suerte envolviendo la noche justo debajo de las tablas.
A veces, la suerte no se manifiesta como uno quiere, la tiene delante de las narices y no se da cuenta, pero está ahí, solo hay que abrir la mente, abrir los ojos y dejarse acariciar por ella. Cuando un amigo, de esos sacados de un anuncio de Dolce & Gabanna te dice que está desolado porque hay una niña que le ha dado calabazas, el escritor de canciones se teletransporta automáticamente y proyecta todo el amor que lleva escondido en forma de letra y música. Es algo que nunca podrá transmitir por él mismo, por la sencilla una sencilla razón: no se lo van a creer.
Obviamente, todo el universo cambió de repente. El tiempo empleado en su banda ahora se lo comían las peticiones de canciones a medida para tocar a la luz de la luna y la humedad de la arena de la playa bajo una hoguera, varias botellas de ron esquilmado a la bodega de papá para impresionar a la niña de turno. El efecto era mágico, trajes cortados a la perfección que duraban lo que el cuento de Cenicienta, el tiempo de la fiesta. Al día siguiente, los gatos volvían a recuperar su color.
Así, de boca en boca, se fue haciendo un nombre, un nombre anónimo en los títulos de crédito, un nombre imprescindible en los libros de partituras. Con un poco de información, tenía la asombrosa capacidad de meterse en la historia que le contaban y la convertía en una hermosa canción. Más tarde, mirando a los ojos de quien la pedía, dejó de necesitar nada más. Su fama se extendió como una mancha de tinta en un papel en blanco, impregnando todo a su paso.
Se fue abstrayendo de sí mismo para terminar siendo un corazón prestado a quien pagara lo que componía, y eso le llevó a creerse a salvo de todo. Y ya todos sabemos que, cuando uno se confía y baja la guardia, es cuando cae en su propia trampa.

El Escritor de Canciones (Cap. 1)



Aquel martes por la noche cambió totalmente su vida, siempre escondido tras unos versos, cuatro acordes y sus libretas de pentagramas verdes, siempre verdes.
Había decidido establecerse en un pueblo donde nadie fuera a conocerlo, por lo tanto, molestarlo, por lo tanto, intentar sacarlo de su rutina en la que era feliz, en la que era, probablemente, el mejor. Se comunicaba con su agente por fax, él le trasladaba los encargos simplemente diciéndole qué artista requería sus servicios, y ya no hacía falta más. Tenía un don especial para penetrar en la personalidad musical de un intérprete escuchándolo cantar un par de veces, entonces su talento, su imaginación, se ponían a trabajar sin descanso hasta parir canciones que provocaban que cualquier corazón roto, por mucho que creyera ser ave fénix, acabara borracho como una cuba en la barra de un bar oyendo una y otra vez su propia historia retratada en una voz, como si esa voz y esa música, esos estribillos hubieran nacido el uno para el otro.
Era casi un adolescente cuando se dio cuenta de su don, pero no le daba demasiada importancia, ya que para él resultaba muy sencillo observar movimientos en el escenario, poses fingidas, estridencias en las subidas de tono o un sonido aterciopelado natural en una voz; podía ver más allá de una interpretación, veía claramente el sentimiento de un artista, si una letra le llegaba al alma o, por el contrario, se dejaba llevar más o menos por la entrega del público. Detestaba los playbacks, los consideraba un fraude para quien contrataba, para el público y para las mismas bandas, que salían notablemente borrachos o colocados, cuando no las dos cosas en un plató de televisión a hacer el paripé. En directo todavía era mucho más vergonzoso, no entendía cómo la gente pagaba por ir a conciertos sin ser en directo.
El gusanillo de la música le había picado desde siempre, así que, ni corto ni perezoso, formó su propio grupo con los amigotes de toda la vida, algo típico por aquellas etapa en la que la expresión libre de la cultura, fuera en la faceta que fuera, había explotado como una presa llenándose de agua poco a poco durante muchos años y no se le hubiera permitido una vía de escape. El experimento resulto un poco desastroso, ninguno de ellos tenía cualidades para tocar en condiciones, y al único que sabía cantar medio en condiciones de todos, el pánico de hacerlo delante de más de cinco personas lo mataba. Pero no todo fue malo en la breve vida de “Ariel y los Suavizantes”.

Diciembre



Diciembre es un mes bipolar, odiado y querido, lleno de sentimientos contradictorios. No es un mes indiferente, quizás busca vengarse por ser el último del año según lo conocemos, por eso disfruta dando guantazos en la cara entre sonrisas de medio lado, sacando lo peor que esconde su alma.
Sin embargo, diciembre se arrepiente antes de desaparecer y se vuelve el niño más tierno, ese que nos hace olvidar todo lo malo pasado a lo largo de sus meses hermanos, nos habla al oído con voz gastada, con un ligero tacto a terciopelo y nos acerca un hogar calentito repleto de familia, de penas olvidadas y de sueños por cumplir.
Diciembre es balance, puesta a punto y cruce de dedos entre ráfagas de aire, castañas asadas, pavo a la brasa y copas de mistela, el borrón y cuenta nueva que lanzará por su tubo de escape todo el rescoldo de rencores, sinsabores, decepciones y miserias para dejar limpio de aire y sueños al año nuevo que vendrá con enero.

Noche de Difuntos

La noche de difuntos lleva consigo una ráfaga de aire congelado en el bolsillo, camina ladina escondiéndose  en cada esquina donde no caiga la luz de la farola, escucha Golpes Bajos entre gotas de agua cayendo al suelo como alfileres.
La noche de difuntos viene cuando todo el mundo ha celebrado tradiciones de fuera convertidas en propias solo por la borrachera, una excusa débil pero verdadera, viene al amparo de velas apagadas, sillas recogidas, peinetas paseando por el camposanto como un domingo exaltado.
Nadie la reconoce, nadie la echa en falta, nadie le da dos besos en la mejilla. Por eso vaga triste recogiendo flores de tumbas extrañas en busca de descanso. Nos mira desde arriba y por la espalda. Es la noche de difuntos.

Dos Niños

Matilde Baudrix solía caminar entre sueños convulsos y realidades rutinarias, y enfrentaba sus miedos con la vida sentada al borde de un pantalán con los pies colgando hacia el agua. No le gustaba la playa, no le gustaba bañarse, ni siquiera tomar el sol, solo mirar el atardecer caer sobre el espigón mientras los veleros entraban en la bocana del puerto buscando su lugar de descanso.
Casi al anochecer los sentía llegar para acomodarse a su lado, dos niños pelados malamente con una máquina de esquilar ganado, vestidos de una forma sencilla: una camiseta de cuello de saco en tonos grises y vaqueros cortos por la rodilla tristes y usados. Su duermevela le impedía distinguir el calzado, sus caras, su expresión. 
Matilde únicamente sentía dos miradas profundas en la espalda, serenas y cautelosas. Sabía perfectamente que algo querían mostrarle, como también sabía que debería descubrirlo poco a poco, sueño a sueño, ola tras ola.

El Asesino de las Tres Caras (Cap 1-8)

Lupinio Aguirre se volvió de repente, asustado por la larga espera en recibir respuesta a la carta. Aquella carta que había enviado hacía más de tres meses secretamente.
Un nubarrón de lluvia pasajero. Unos no conocen el mar, él nunca había visto llover, ni siquiera el cielo oscuro a mediodía.
Abrió el buzón, justo en el momento en que empezaba a jarrear, tronaba y el nerviosismo no le permitía romper el sobre.
Así, bajo aquella montaña de agua, las palabras comenzaron a escapar en un reguero de tinta azul lejos de su prisión de papel.
Vuelvo el viernes, vete preparándote”. Sonaba a amenaza. Era una amenaza. Lupinio Aguirre sintió pavor.
El mundo se le venía encima. La lluvia en su cara, la cruel amenaza helándole las manos entre las que la tinta huía.
Sonó el móvil. Se le enredaron las manos con la carta. Descolgó sin mirar quién llamaba ¿Sí? preguntó...
Lupinio Aguirre ¿leíste la carta? Solo llamo para confirmar lo inevitable, no sé si sabe usted leer.
Sí. La leí. Me amenaza en ella. Ha desvelado mi secreto y sabe que eso puede suponer mi muerte. Pero antes de morir, según consta en mi contrato con usted, ha de cumplir su parte. Fue un arrebato de valentía inusual en él.
Esta vez miró con firmeza, con la templanza de los años, con la tranquilidad de saberse ganador a pesar de todo.
Lupinio estaba en la calle. Un coche pasó acelerando. Lupinio sintió una mano en su espalda ¿un amigo? No. Nunca tuvo amigos que no lo llamaran por su nombre. De repente, dejó de llover, y sintió su aliento en la nuca. Tembló. Oyó un ruido sordo. Miró a su asesino y éste le dijo: Escapa y Lupinio se fue con la lluvia.
Pero el destino tenía preparada otra sorpresa. El asesino, en realidad, buscaba a Lupinio por otros motivos. Motivos que lo mantenían despierto, donde los recuerdos del pasado sacaban la parte menos humana de su interior.
Koni sintió un escalofrío al ver a su madre así. Matilde sabía de lo que él era capaz. Había llegado el momento de dejar pasar al detective Cortés que bajó del coche mirándolo todo como si fuese la 1ª vez que iba a aquella parte de la ciudad. Una zona deprimida y gris donde la gente vivía en precario del subsidio.
Vio ropa tendida en las ventanas, basura en las esquinas, fachadas desconchadas. Tiró la colilla al suelo,..
La última calada lo había trasladado a aquel lugar no muchos años atrás. Todo seguía igual. Bueno, casi todo...
Justo en el momento en que estaban precintando la entrada a la vivienda Cortés oyó voces en el 5º. Un marido airado...
¿Sabemos si hay algún testigo del crimen? preguntó el detective al policía que custodiaba el cadáver. Sí, señor,
-la vecina del segundo dice que su hijo lo ha visto todo.
-¿Le ha tomado declaración?
- Bueno, esperaba que lo hiciese Ud.
Cortes no quitaba el ojo del suelo. Le había llamado la atención que la víctima tuviese un sobre abierto y vacío.
¿Qué había en el sobre? No lo sé. Esta todo tal y como lo encontramos, a la espera de que llegue la juez.
¿La vecina del 2º ha dicho? Hablaré con ella y con su hijo, dijo justo cuando llegaba el forense para la planimetría.
Mientras tanto Koni, todavía asustado, rozaba nerviosamente la carta manchada de sangre que guardaba en el bolsillo.
El inspector Cortes se había criado en ese barrio, se lo conocía palmo a palmo, nadie le daba esquinazo allí. Pero no se imaginaba con quién habría de vérselas en esta ocasión. Su vida estaba a punto de dar un giro completo.
Cuando Sarah de autopsias le llamó, muerta de miedo, Cortes supo con certeza la dificultad de este caso. Eso le ponía bastante nervioso. La ayudante del forense le había dicho que Lupinio Aguirre era un pez gordo y que había gente importante tras él, lo que complicaba las cosas. ¿Qué hacía un tipo así en un barrio como ese? se preguntó. Sonaron las sirenas de las fábricas y al mirar el reloj vio que eran las ocho. Volvía a llover ¡Qué asco de ciudad! Decidió iniciar los interrogatorios. Empezaría por el hijo de la vecina del segundo. Su testimonio era fundamental, si era cierto que había visto al asesino. ¿Cómo le habían dicho que se llamaba el chaval? Miró la vieja agenda que llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Allí anotaba minuciosamente toda la información relevante sobre los casos que investigaba.
Mientras subía la escalera meditaba ¿Qué tenemos? Una víctima con el gaznate rajado, un sobre vacío, un testigo.
Había dejado a los de identificación de huellas trabajando, había examinado con atención la escena del crimen. Su experiencia le decía que cualquier pista era importante, que cualquier detalle podía tener la clave que resolviese el rompecabezas en que se encontraba inmerso.
Una fina lluvia no dejaba de caer. El barrio apestaba a contenedores de basura repletos y húmedos. Ese era su barrio.
Tocó el timbre en la vivienda del 2º piso. La mujer que abrió la puerta le pareció agradable para un lugar como aquel.
¿Es usted Matilde Baudrix? preguntó mirando su agenda amarillenta. Vengo a hablar con su hijo. Soy Francisco Cortés...
Matilde lo miró a los ojos desconfiada. Él le mostró la identificación y entró en una estancia llena de cajas de embalaje
-¿Está usted de mudanza? -preguntó el inspector.
-Sí, nos cambiamos a la mansión que está dos manzanas más allá- contestó Matilde Baudrix bajando la vista al suelo.
“Era hermosa aquella mujer”, pensó Cortés.
-¿Dónde está el niño?
-Se ha ido a la nueva casa. Le gustar jugar en el salón de baile con sus trenes. Su padre era ferroviario ¿Sabe? Le acompaño. Si no, no le abrirá la puerta, ya sabe como son los chavales a esta edad.
-¿Conocía Ud. a la víctima?
-Poco. No era del barrio. Había alquilado el piso del primero hace poco. No me gustaba ese tipo. No sé lo que había venido a buscar aquí. Esta es una zona pobre pero respetable. Aquí todos vivimos de nuestro trabajo -contestó Matilde
-¿Qué ha querido decir con eso? -interrogó Cortés, justo en el momento en que entraban en la gran casona. Ella no contestó, lo condujo hasta su hijo. Lo besó en la cara, pese a que él rechazó el beso materno. Ya no era un niño para recibir ese tipo de mimos. O eso pensaba él. Entraron en el salón y él siguió jugando sin saludar al policía. Cortés se quedo en silencio.
Koni Martin Baudrix había pasado la mayor parte de su corta existencia encerrado en bibliotecas. La nueva casa tenía una enorme y un salón de baile. Allí se dirigía cuando salió de su viejo piso. Un buen rato después, todo se había desencadenado como la tormenta de lluvia en la calle, y sin quererlo había cometido la equivocación de esconderse a mirar tras la escalera. Vio al asesino entrar sigiloso. Quiso gritar. Había visto un hombre con tres caras. Sabía que tenía que haber salido corriendo, pero no lo hizo y ahora, por haber cometido tamaña estupidez, se encontraba cara a cara con un detective de pacotilla en el salón de baile. Todo el horror lo tenía impregnado en cada uno de sus movimientos.
Quisiera olvidar aquello, pero no podía. Y ahora llegaba este policía haciendo preguntas, queriendo saber lo que él no quería contar. Queriendo arrancarle aquello que era solo suyo y de nadie más salvo -pensó de pronto- de aquel hombre, que había extinguido la vida de ese señor que sólo quería ser su amigo. Y mira que el asesino sabía sonreír: embelesaba con su sonrisa a la víctima ganando su confianza. Instante en que ésta empezaba a morir.
Cortés tenía un hijo de aquella edad, más o menos, aunque hacía mucho que no le veía, ni a él ni a su madre. Esperó. Sabía que no debía forzar las cosas. El adolescente le miraba de reojo, mientras seguía con sus trenes. Cortes sabía esperar. Se sentó a ojear la agenda vieja. Pasó las hojas, se rascó la oreja como si nada le importase. El crío le empezó a mirar abiertamente. Sentía curiosidad por aquella falta de atención ¿Ya no quería saber cómo era el asesino?
Cortés se percató de la reacción del niño, sabía que había logrado captar su atención, pero debía esperar el momento oportuno o toda su estrategia se iría al traste.
Tenía que reaccionar, y tenía que hacerlo rápido, o el caso se le escaparía de las manos. Y comenzó a ponerse nervioso. Un adolescente estaba consiguiendo lo que muchos asesinos nunca pudieron hacer. Aunque no sabía manejar situaciones de ese tipo. Cortés estaba acostumbrado a lidiar con gente sin escrúpulos.
Cortés pensó en cómo reaccionaría su hijo en un caso así. Era importante no meter la pata o se cerraría en banda.
-Esa locomotora tiene el eje roto dijo de pronto, sin mirar al adolescente. Él se giró del todo y por 1ª vez le miró.
-¿Quién ha dicho eso? -preguntó el chaval- La locomotora va bien -añadió dándose la vuelta hacia el tren que ahora ascendía una suave colina de color verde pálido entre fresnos.
-Si no lo arreglas el tres descarrilará allí, en el túnel -espetó Cortés levantándose y señalando con el dedo el lugar exacto del accidente previsto. A tu edad, yo también era aficionado a los trenes y a los ingenios mecánicos.
-¿Y ahora no? -preguntó Koni sin atreverse a mirarle directamente.
-Ahora me siguen gustando, pero no tengo tiempo -al decirlo, el tren estaba llegando al túnel. Torció la curva con un ligero movimiento bamboleante y volcó ante los ojos atónitos de Koni. Cortés había logrado sorprenderle. Lo tenía en el bolsillo. Ahora sólo era cuestión de tacto. Koni tomó la locomotora con la mano izquierda.
-¿Se refiere a este eje?
-Sí, y es posible que el otro también esté torcido. Dámelo. Lo arreglaré
-¿Qué quiere saber? -Koni había entrado en materia, pero Cortés no se dio por enterado. Prefería ir despacio y hacer las cosas a su manera.
Hablaron de electricidad de bajo voltaje, de accesorios disponibles, de iluminación para túneles. Y cuando Koni estuvo confiado y dispuesto, Cortés le lanzó una pregunta al aire,
-¿Por qué dijiste que el asesino tenía 3 caras? -Por un momento, Koni, sorprendido, guardó silencio, como si pensara la respuesta. Cortés le vio dudar e inquietarse.
-Claro -dijo. ¡Qué bobo soy! No venía a hablar de trenes conmigo. Debí suponerlo.
-Sí, Koni, pero lo de las 3 caras... ¿Y no podrías darme una pequeña descripción, algo que me pueda servir de pista? Koni, necesito que me ayudes. Mientras, tras la puerta, Matilde Baudrix espiaba la conversación y pensó que tenía que alertarlo. Si no lo hacía, algo mucho más grave podía pasar, una tragedia, mucho peor que una plaga.
Todo lo que Cortés consiguió averiguar del crío era que el criminal llevaba 3 caretas, no 3 caras, 3 caretas, insistió.
Su madre había entrado en la estancia en un momento inoportuno y volvió a acercarse al hijo para besarlo. ¡Qué pesada!
-Perdone, señora Baudrix, pero no hemos terminado -le dijo Cortés con el tono más frío que supo mostrar. Cortés hacía alarde de su apellido, especialmente con las mujeres, pero no soportaba interrupciones en su trabajo-. Si no le molesta, será mejor que salga y nos deje solos. Koni, me estabas contando algo.
-El asesino era alto.
No pudo obtener más información. Se despidió de la madre y el hijo. Salió a la calle. Encendió otro pitillo. Al pasar por la zona precintada vio un haz de luz que salía del portal. La luz iluminaba una cinta roja sobre estampado azul. Se agachó. Tomó la pinza del bolsillo, una bolsa de plástico y la introdujo dentro. Podía ser una pista. Estaba cansado. La calle principal del barrio estaba envuelta en la luz mortecina de las farolas. No había un alma en la calle.
El coche estaba aparcado frente al portal y Cortés se despidió del policía de guardia. Aún no habían levantado el cadáver porque la juez no había llegado. Eran más de las once. Arrancó su Ford viejo y se fue a casa a dormir.
La mañana siguiente comenzó con la estridencia del teléfono sonando junto a la cabeza de un resacoso Cortés.
Había pasado buena parte de la noche deambulando, petaca de whisky en mano, intentando olvidar aquel barrio
-Señor inspector, perdone que le despierte a estas horas, después de su turno doble, pero tiene que venir enseguida.
-Pero... ¿qué es lo que sucede?
-El cadáver de Lupinio Aguirre ha desaparecido de la sala de autopsias.
-¿Cómo que el cadáver ha desaparecido?... ¿Quién coño roba el cadáver de una morgue?
-No lo sé inspector, acabo de comenzar turno. Hay una cosa extraña: dejaron un pergamino envuelto en cinta azul y roja.
-Mierda. Voy enseguida -De camino a comisaría compró el diario de la mañana. Obviamente, la muerte de un personaje como Aguirre venía en portada.
Lupinio Aguirre provenía de una familia pobre del barrio obrero. Nadie sabe cómo, porque no tenía habilidades especiales, de la noche a la mañana, el don nadie Lupinio se había convertido en el señor Aguirre, fundando su propio banco. Y, a base de usura, extorsiones varias y una sospechosa relación con políticos locales, se adueñó de media ciudad.
-Menudo elemento -comentó Cortés sorbiendo su café largo-. Habrá que encontrar la aguja en el pajar.
Porque una cosa estaba bien clara: La cantidad de gente con motivos para querer matarlo podría llenar un estadio de fútbol. Cortés había dormido mal, como siempre. La soledad se lo estaba comiendo como la sal marina carcome los cimientos. Tenía ojeras. No dejaba de fumar. La conversación con Koni le había dejado prendida alguna nostalgia desconocida. ¿Estaba echando de menos a su hijo? Debía tener ya unos 16 años como Koni, así como altura y complexión parecidas. Se estaba poniendo nostálgico y eso le irritaba. Encendió otro pitillo. Dio dos caladas y lo lanzó con fuerza. Escupió.
Y ahora, para empeorar las cosas estaba la desaparición del cadáver. Dio un golpe con el puño y apretó la mandíbula.
Subió al coche, que estaba aparcado lejos de la comisaría. Cada día había más tráfico en aquella tediosa ciudad.
Arrancó el motor después de tirar el periódico en el asiento del copiloto ¿Es que nada podía salirle bien? Aceleró.
Sabía de sobra que nadie en el depósito de cadáveres le iba a decir nada nuevo, pero ¿dónde buscar?
Lo que no sabía Cortés es que, el asesino, pagado de sí mismo, se le iba a poner a la cara.
Se sintió observado todo el camino que recorrió desde la puerta de comisaría, a la que no entró, hasta la cafetería.
El café amargo, el cuarto del día, tampoco le dejó nada en los posos -malditas videntes-, y cuando estaba desesperado…
Fue un susurro que le heló todo el cuerpo, algo sobrenatural, algo salido del humo de las alcantarillas.
"Aún estás a tiempo." Aquellas palabras, tan tajantes y misteriosas, devolvieron la vulnerabilidad a Cortés. Quiso girarse para averiguar quién había sido capaz de romper sus años de experiencia como detective. Pero el miedo, a aquel desconocido con el que hacía tanto que no se topaba, le hizo dudar durante segundos. Tomó aire y se dio la vuelta esperando encontrar a alguien. Demasiado tarde. El dueño de aquella voz era un profesional. Había sido capaz de hacerle confundir la realidad con su imaginación. Había tomado demasiados cafés y era consciente de que la cafeína podía hacerle desvariar. ¿Era real aquella voz? El mensaje era tan claro como abierto. "Aún estás a tiempo." Pero, ¿a tiempo de qué? Sonaba a advertencia. También a amenaza. Cortés trató de recapitular sus últimos movimientos. ¿Habría sobrepasado el límite que lo pondría al borde de la muerte? Tenía demasiados años a la espalda como para…
¡Mierda! Otra vez esa nostalgia... Quizá había llegado el momento de ir a verlo. Koni era tan parecido a él que le hizo replantearse las cosas. El trabajo había ocupado su vida hasta tal punto que su familia había pasado a segundo plano. Tuvo un escalofrío. Fue una señal. Había llegado el momento.
Desde que le diagnosticaron la enfermedad y el siquiatra lo inflara a pasilla, oía voces cada cuanto. A veces le daban órdenes. Se lo habían advertido. Muchas de las cosas que escuchas y ves no son reales. La esquizofrenia produce esos efectos, le había dicho es siquiatra. Toma este medicamento y los síntomas se aliviarán, aunque no desaparecerán.
Tenía la sensación de llevar alguien sentado en la parte trasera del coche. Empezó a sudar. Miraba continuamente por el retrovisor para asegurarse de que estaba solo. El parabrisas no daba más. Las luces rojas de freno de los coches delanteros penetraron en su retina difuminadas por el efecto de la manta de agua que caía. Sudaba frío y estuvo a punto de chocar contra el coche que iba delante. Giró a la izquierda sin dar al intermitente, pese a que aquella dirección no conducía hasta la morgue. El móvil empezó a sonar. Puso el manos libres. 
-¿Sí? -Soy Laura Flick, su nueva ayudante. Le estoy esperando en la puerta de la morgue, pero espero sus órdenes. -¡Mierda!, lo había olvidado. Había olvidado lo de la nueva ayudante. Apenas paró unos instantes en doble fila frente al portal de su ex. Su hijo vivía allí. ¿Le recordaría? ¿Sabría quién era su padre? La emoción le embargó por un momento, unos segundos hasta que el móvil volvió a sonar. -Cortés al habla -Capitán, tiene que venir inmediatamente. Hay un paquete urgente para usted.
-¿Y?, ¿Tendría que ir más deprisa con este tráfico por un maldito paquete? -Sí, capitán. El remite es del asesino de L.A. Había oído bien. Cuando su ayudante le leyó de nuevo quién firmaba el remite, dijo: "El asesino de Lupinio Aguirre.
Entró en la morgue con más cara de difunto que los que estaban allí. Había dejado el coche de cualquier manera. 
Le entregaron el paquete. Lo abrió. Había un plástico con una masa sanguinolenta dentro y una nota: Iré devolviendo a L.A. en pequeñas entregas. La 1ª es el cerebro, el culpable de todos los males que ocasionó en vida. Cortés suspiró.
Algo de luz entre tanta oscuridad -se dijo-. Pero esto levantaba más interrogantes. Estaba claro que el motivo era la venganza. Pero había que considerar la posibilidad de que varias personas estuvieran implicadas en el crimen, si es que borrar del mundo a semejante individuo podía calificarse así. Tenían que ser al menos dos. Nadie se lleva un cadáver de una morgue cargándolo al hombro. 
-Quiero interrogar a los que estaban de guardia cuando desapareció el cadáver y quiero saberlo absolutamente todo sobre la víctima. Haga un dossier. Quiero saber con quién se relacionó hasta el último día, cargos que ocupó, lugares que frecuentaba. Todo. ¿Me ha entendido bien? Todo -insistió visiblemente alterado. La ayudante desapareció manos a la obra.
Laura Flick estaba confundida nunca pensó que el primer día le tocaría un marrón semejante. Se sentía desbordada por los acontecimientos. Su cabeza se llenó de dudas: si estaría a la altura de las circunstancias, si había sido una buena idea pedir ese destino a pesar de las voces en contra, si su sistema nervioso aguantaría...
Deslindar entre todos los posibles enemigos de L.A. aquellos que tuviesen razones suficientes para matarlo iba a ser difícil. Cortés pensó que había que empezar por aquellos a los que L.A. había estafado en el affaire inmobiliario. Lo primero que tenía que hacer era conseguir una lista de los afectados. Iba a ser fácil. Había una asociación.
También contaba con una prueba que lo acercaba a la realidad: aquella cinta azul y roja debería pertenecer a alguien.
Si Flick hacía bien su trabajo, pronto podrían desvelar algún indicio coherente hacia el asesino. No todo podía ser sobrenatural. Esa era su debilidad, las pastillas y el alcohol lo estaban terminando de matar de espanto y locura, así que lo más sensato era intentar sacar alguna huella de la cinta encontrada a los pies del cadáver.
Desenrolló el pergamino, pero no había nada escrito en él. En su larga experiencia con criminales había aprendido que a algunos les gusta dejar su propia firma. Aquella cinta era la prueba de que se enfrentaba con un criminal orgulloso de su trabajo. Esta era a su vez la única pista, puesto que sin cadáver no habría informe de autopsia y eso era un gran impedimento. ¿O no? Mirándolo bien, sabían la hora de la muerte, por la cantidad de sangre era probable que el asesino hubiese seccionado la tráquea y la carótida. De haber habido autopsia, el forense hubiese podido dictaminar las características exactas del arma usada. Sintió que las sienes le fuesen a explotar. Tenía que dar otro trago a la petaca. Se acordó de su ayudante, apenas la había visto unos segundos, no sabría describir su aspecto, ni decir su edad. Lo que más le había gustado de ella es que hubiese desaparecido ipso facto, para cumplir sus órdenes. 
¿Cómo le habían dicho que se llamaba Laura Flist o Flich, o Flick? Solo podía esperar. Claro que, si el asesino pensaba ir devolviendo trocitos, siempre podrían hacer una autopsia por partes. 
Se le presentaba por delante un día muy largo 
Cuando Laura Flick vio por primera vez a su jefe Cortés, de buena gana habría salido corriendo. Era un tipo escuálido, sudoroso, con aspecto de enfermo, avinagrado e inquieto. Sin embargo, ella sabía donde se había metido. Había pedido aquel puesto a propósito, después de que un buen amigo suyo se lo aconsejase. "Si quieres aprender, él es el mejor", le había dicho. "No le infravalores, aunque parezca que está ausente y no se entera de nada, es una máquina", había añadido y Laura siguió el consejo a rajatabla. Sabía que iba a trabajar con un enfermo mental, pero su meta era aprender y para eso había que estar con el mejor. En el momento en que Cortés le dio la orden de hacer el dossier se dirigió a la biblioteca donde trabajaba su novio Alex. Le pidió poder quedarse en la hemeroteca hasta que terminase y Alex habló con los de seguridad y asumió la responsabilidad de dejarla sola hasta altas horas de la madrugada si era necesario. Le dio un beso a escondidas y le enseñó cómo funcionaba la máquina de microfilm.
Laura dejó el bolso sobre la mesa. Sacó un café de la máquina y se dispuso a pasar horas buscando información sobre Lupinio Aguirre en los periódicos. Se centró en la pantalla que tenía delante, sin advertir la presencia de otros investigadores en la sala.
La historia de Lupinio Aguirre era un verdadero escándalo camuflado. Todo comenzó a los veinte años, en aquel barrio.
Había conseguido recalificar unos terrenos en los que se había cultivado trigo durante toda la vida. No se sabe de qué manera logró hacerse con ellos, ni de qué treta se valió para conseguir un plan parcial; el caso es que lo consiguió. Construyó una fabulosa urbanización de lujo y se hizo millonario. Tanto, que llegó a fundar su propio banco.
Lupinio Aguirre salió a las portadas de los periódicos de la noche a la mañana, como una estrella emergente Así que de constructor dudoso pasó a ser usurero reconocido, pues engañaba a gente de su mismo barrio de procedencia, para después ir consiguiendo sus viviendas. No tenía escrúpulos ningunos, no se apiadaba de nadie, todos le temían.
No se le conocía pareja alguna. -Claro- pensó Flick -¿quién se iba a acercar a él?- En ese aspecto no iba a encontrar. Y comenzó a pasar fotos y fotos guardadas en la hemeroteca: de inauguraciones, de cenas de nochevieja publicadas...
...-¡¡¡Espera!!!- Ella misma se sobresaltó. La hemeroteca se había quedado desierta, era ya madrugada.
En el reloj de pared dieron las tres. A lo lejos, incluso llegó a escuchar las campanadas de la abadía de enfrente. El silencio era brutal, frío, espeso como una niebla de otoño. Solo estaban ella, la pantalla y el eco de su voz.
-¡Dios mío!..no puede ser. Esta cara, justo en esta foto. No puede ser. He de llamarlo ahora mismo- Laura no lo sabía, pero la hemeroteca estaba cerrada a cal y canto por motivos de seguridad, y no había, ni cobertura ni línea telefónica. Sin embargo, algo debía de hacer, y además, muy urgentemente. Que llevara aquella cinta en la muñeca era la clave.
Pero ¿llegaría Laura Flick a tiempo, o, simplemente llegaría, a darle la información a su jefe?
Flick escuchó su propia respiración alterada. Una luz tenue iluminaba la estancia, la luz de la pantalla, mientras el resto permanecía profundamente oscuro. Laura apenas se había dado cuenta del paso del tiempo. Cuando llegó a la sala estaba repleta y poco a poco, a medida que se fue echando la tarde la gente se fue marchando hasta quedarse sola.
Estaba absorta en su trabajo. Le costaba creer que hubiesen matado a un tipo así y que lo hubiesen hecho de una forma tan burda. De entre todos los que aparecían junto a Lupinio en la foto de la fiesta, el que estaba a su lado era el jefe de Cortés, su jefe. ¿Estaría él implicado en alguno de sus turbios negocios? Había otros dos hombres a quien no conocía y una mujer que miraba hacia otro lado y tenía una copa en la mano. Le llamó la atención el pronunciado escote de la espalda. Le llegaba casi hasta la curva del coxis.También llevaba una dalia tatuada en el hombro derecho.
Intentó marcar el número de Cortés en el movil, pero no había cobertura.Lo intentó con el fijo y comprobó que tampoco había línea. Empezó a agobiarse. Eran las 4,30 horas de la madrugada y estaba tan cansada que apoyó la cabeza y el brazo sobre la mesa y se quedó dormida. Sus sueños fueron agitados e hizo un par de movimientos violentos, como si se estuviese defendiendo de alguien. En lo más profundo del sueño, sonó el teléfono fijo con un timbre estridente.
Laura Flick despertó sobresaltada. Corrió al teléfono. Descolgó y cuando preguntó quién llamaba, colgaron.                         
Pasaron más de dos horas en absoluto silencio. Laura había vuelto a la pantalla y siguió buscando e imprimiendo los resultados que obtenía. Acababa de encontrar una estafa inmobiliaria en la que L.A. parecía estar involucrado.
Aparecía en más de media docena de portadas, junto a su abogado, saliendo o entrando en la Audiencia Nacional.¡ Vaya elemento!, pensó Laura. Había conseguido sosegarse un poco concentrándose en su trabajo. Cuando la luz que entraba por la ventana empezó a cambiar Laura ojerosa sintió la vibración del móvil. ¿Ahora si había cobertura? Contestó a la llamada, tras comprobar que al otro lado de la línea estaba Cortés. 
-Tenemos a todos los periodistas detrás del culo –gritó-. Más vale que haya encontrado algo interesante o se le va a caer el pelo -amenazó.
-Si, jefe, he encontrado algo, contestó Laura. Quiso pasar lo más desapercibida posible. Salió de la biblioteca como una más, esperanzada de que sus ojeras no la delataran. Ni siquiera se detuvo a hablar con su novio Álex. Cogió el bus urbano. Tardaría más en llegar pero era necesario pasar desapercibida. La discreción era una pauta necesaria para su trabajo. Ya cometió un error en su pasado y se negaba a repetirlo. No podía decepcionar a Cortés. Le gustaban los retos y sin duda este sería uno de ellos.
El bus estaba lleno de críos que pasarían toda la mañana encerrados en la cárcel de la educación. El vocerío era ensordecedor. ¿De dónde sacarían tantas energías a esas horas de la mañana? Laura estaba agotada. La noche había sido larga y extraña, y por suerte también productiva. El trayecto se le estaba haciendo eterno. Quería llegar cuanto antes para terminar su cometido y descansar. Decidió coger la agenda del bolso para entretenerse leyendo los apuntes tomados durante la investigación nocturna. Esperaba encontrarla a la primera porque siempre llevaba lo justo dentro del bolso. Sacó las llaves, el bolígrafo, los pañuelos... No. No. ¡Otra vez no! ¡Había cometido un error que pondría en peligro todo el caso! Juraría haberla cogido antes de irse.... ¿O no? Tendría que ingeniárselas para que nadie notara nada.
-¡Álex! ¡Vete a la hemeroteca ahora mismo. Busca mi agenda, ya sabes cual es, la negra de bolsillo –telefoneó.
-Aquí no hay nada. Acabo de revisar la sala de arriba a abajo y tu agenda no está. 
-¿Seguro? -Sí, lo siento cielo.
¡Mierda! Ahora alguien tenía su agenda y era dueño de sus secretos. Las cosas se estaban empezando a complicar. Estaba cerca de una pista fiable y ahora todo podía irse por la borda de la manera más estúpida.
Mientras, justo al otro lado de la ciudad, Cortés esperaba pacientemente que la sucursal bancaria abriera. No sabía si iba a sacar algo en claro, pero si el dueño de un banco era asesinado, algo podría serle útil.
Por eso estaba en la puerta, con una orden judicial en una mano y un café caliente en la otra. Sí, un café caliente.
Las horas anteriores las había pasado Cortés tomando declaración a todos los que vivían en el inmueble donde habían matado a Lupìnio Aguirre. Había recabado información, incluso de otros vecinos del barrio que hubiesen podido ser testigos del crimen. No había conseguido mucha información, la verdad. Únicamente había sacado en limpio que la víctima era poco o nada conocida en aquella zona de la ciudad. Casi nadie sabía muy bien cómo era el muerto ni a qué se dedicaba.
No solía recibir visitas y paraba poco en el piso recién alquilado. ¿Para qué querría alguien como él tener un escondite así? ¿Sería un nidito de amor? Si lo era no había levantado sospechas entre la vecindad. ¿Sería acaso un lugar que estaba preparando para delinquir? ¿Para esconder qué o a quién? Cortés no podía dejar de hablar y gesticular. Sus razonamientos no le llevaban a ninguna parte. Pero el puzzle estaba ahí con todas sus piezas intactas. Esa tarde empezaría a tomar declaraciones a los miembros de la asociación de estafados inmobiliarios. Había que buscar personas con motivos suficientes para cometer un crimen como ese. Rápido y sin dejar huellas. Bueno, tenía una cinta.
Nada más terminar el café y cuando se disponía a salir de nuevo, sonó el teléfono.
-Capitán Cortés tiene usted otro paquete encima de la mesa con las mismas características que el primero y aún hay más han matado a otro hombre de una forma parecida a como mataron a la primera víctima. Necesitamos que venga urgentemente. No sabemos por dónde empezar
Otro quebradero más de cabeza. No podía ser verdad. Debe ser malo cambiar el alcohol por café, pensó cortés. El caso se estaba complicando, porque una muerte así podría tener un móvil razonable, pero dos era una pesadilla.
Necesitaba atar cabos rápidamente o pronto la ciudad se iba a convertir en un reguero de cadáveres sin remedio. Por otro lado, tener un asesino en serie disparaba su adrenalina. Si lograba resolver el entuerto, ascenso asegurado.
De momento, su primera preocupación era mantener a la prensa alejada lo máximo posible. Si hay algo que busca un asesino en serie es notoriedad, una psicopatía en busca de gloria, pasar a la historia.
Y la segunda preocupación era dar con la chica nueva a sus órdenes ¿Dónde demonios se habría metido la novata?
Ordenó al sargento que le había llamado que enviase el paquete directamente a Sara, la forense. Sólo le faltaba tener la capacidad de estar en tres sitios a la vez. Ya ni dormía. Había dejado de beber o al menos lo estaba intentando.
La nueva víctima había aparecido en una vía muerta del tren, cerca del barrio donde habían matado a lupinio. Subió al coche y puso dirección al sur de la ciudad. El cielo estaba aún más negro que en los días anteriores y la humedad era del 85% según indicaba el barómetro del coche. Hacía calor y Cortés bajó la ventanilla para dejar de sudar. Había olvidado tomar su medicación, ya era el segundo día y el nerviosismo había aumentado. Había empezado a oír voces de nuevo.
Cuando llegó al lugar del crimen le estaba esperando un coche oficial y, cosa rara, todavía no había periodistas. Se bajó del coche un hombre alto, bien trajeado y con los zapatos brillantes, a diferencia de Cortés que vestía un pantalón muy arrugado, zapatos sucios y un anorax descosido por la parte del dobladillo.
-¿Es usted Cortés? –preguntó el hombre del traje, ofreciéndole su mano para saludarle. Soy el gobernador. Necesito hablar con usted urgentemente.
-Sí, soy Cortés y siento decirle que deberá esperar, gobernador. Estoy trabajando. Disculpe, le dijo eludiéndole y dirigiéndose directamente a la zona precintada. No estaba dispuesto a dejarse amedrentar. Llevaba dos días recibiendo llamadas de gente importante, en relación con la investigación sobre la muerte de la 1ª víctima. No le estaban dejando trabajar y eso le molestaba mucho. Se acercó al hombre asesinado que yacía boca abajo, en plena vía del tren. Tenía seccionada la yugular y el charco de sangre era abundante. Dio orden de aumentar la vigilancia, no quería que volviese a desaparecer el cadáver. Aunque no sabía si se encontraba ante el mismo asesino había que extremar las precauciones.
En una primera inspección ocular rápida comprobó que sobresalía algo del tobillo. Levantó el pantalón de la víctima y encontró anudada al tobillo una cinta roja y azul, atada en forma de lazo, como si fuese un regalo.

El Asesino de las Tres Caras (Cap. 8)

Ascension Badiola ‏@Abadi1333
Flick escuchó su propia respiración alterada. Una luz tenue iluminaba la estancia, la luz de la pantalla, mientras el
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resto permanecía profundamente oscuro. Laura apenas se había dado cuenta del paso del tiempo. Cuando llegó a la sala
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estaba repleta y poco a poco, a medida que se fue echando la tarde la gente se fue marchando hasta quedarse sola.
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Estaba absorta en su trabajo. Le costaba creer que hubiesen matado a un tipo así y que lo hubiesen hecho de una forma
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tan burda. De entre todos los que aparecían junto a Lupinio en la foto de la fiesta, el que estaba a su lado era
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el jefe de Cortés, su jefe. ¿Estaría él implicado en alguno de sus turbios negocios? Había otros dos hombres a quien
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no conocía y una mujer que miraba hacia otro lado y tenía una copa en la mano. Le llamó la atención el pronunciado
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escote de la espalda. Le llegaba casi hasta la curva del coxis.También llevaba una dalia tatuada en el hombro derecho
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Intentó marcar el número de Cortés en el movil, pero no había cobertura.Lo intentó con el fijo y comprobó que tampoco
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había línea. Empezó a agobiarse. Eran las 4,30 horas de la madrugada y estaba tan cansada que apoyó la cabeza y el
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brazo sobre la mesa y se quedó dormida. Sus sueños fueron agitados e hizo un par de movimientos violentos, como si
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se estuviese defendiendo de alguien. En lo más profundo del sueño, sonó el teléfono fijo con un timbre estridente.
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Laura Flick despertó sobresaltada. Corrió al teléfono. Descolgó y cuando preguntó quién llamaba, colgaron.
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Pasaron más de dos horas en absoluto silencio. Laura había vuelto a la pantalla y siguió buscando e imprimiendo los
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resultados que obtenía. Acababa de encontrar una estafa inmobiliaria en la que L.A. parecía estar involucrado.
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Aparecía en más de media docena de portadas, junto a su abogado, saliendo o entrando en la Audiencia Nacional.¡ Vaya
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elemento!, pensó Laura. Había conseguido sosegarse un poco concentrándose en su trabajo. Cuando la luz que entraba por
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la ventana empezó a cambiar Laura ojerosa sintió la vibración del móvil. ¿Ahora si había cobertura? Contestó a la
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llamada, tras comprobar que al otro lado de la línea estaba Cortés. -Tenemos a todos los periodistas detrás del culo
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gritó. Más vale que haya encontrado algo interesante o se le va a caer el pelo, amenazó. Si, jefe, he encontrado algo.
Sara Mauleón Sara Mauleón ‏@SaraMauleon
Quiso pasar lo más desapercibida posible. Salió de la biblioteca como una más, esperanzada de que sus ojeras no la
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delataran. Ni siquiera se detuvo a hablar con su novio Álex. Cogió el bus urbano. Tardaría más en llegar pero era
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necesario pasar desapercibida. La discreción era una pauta necesaria para su trabajo. Ya cometió un error en su pasado
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y se negaba a repetirlo. No podía decepcionar a Cortés. Le gustaban los retos y sin duda este sería uno de ellos.
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El bus estaba lleno de críos que pasarían toda la mañana encerrados en la cárcel de la educación. El vocerío era
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ensordecedor. ¿De dónde sacarían tantas energías a esas horas de la mañana? Laura estaba agotada. La noche había sido
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larga y extraña, y por suerte también productiva. El trayecto se le estaba haciendo eterno. Quería llegar cuanto
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antes para terminar su cometido y descansar. Decidió coger la agenda del bolso para entretenerse leyendo los apuntes
Sara Mauleón Sara Mauleón ‏@SaraMauleon
tomados durante la investigación nocturna. Esperaba encontrarla a la primera porque siempre llevaba lo justo
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dentro del bolso. Sacó las llaves, el bolígrafo, los pañuelos... No. No. ¡Otra vez no! ¡Había cometido un error que
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pondría en peligro todo el caso! Juraría haberla cogido antes de irse.... ¿O no? Tendría que ingeniárselas para que
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nadie notara nada. -¡Álex! ¡Vete a la hemeroteca ahora mismo. Busca mi agenda, ya sabes cual es, la negra de bolsillo.
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-Aquí no hay nada. Acabo de revisar la sala de arriba a abajo y tu agenda no está. -¿Seguro? -Sí, lo siento cielo.
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¡Mierda! Ahora alguien tenía su agenda y era dueño de sus secretos. Las cosas se estaban empezando a complicar.
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
Estaba cerca de una pista fiable y ahora todo podía irse por la borda de la manera más estúpida.
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
Mientras, justo al otro lado de la ciudad, Cortés esperaba pacientemente que la sucursal bancaria abriera.
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
No sabía si iba a sacar algo en claro, pero si el dueño de un banco era asesinado, algo podría serle útil.
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Por eso estaba en la puerta, con una orden judicial en una mano y un café caliente en la otra. Sí, un café caliente.
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Las horas anteriores las había pasado Cortés tomando declaración a todos los vecinos del inmueble donde habían matado
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a Lupìnio Aguirre. Había recabado información, incluso de otros vecinos del barrio que hubiesen podido ser testigos
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del crimen. No había conseguido mucha información, la verdad. Unicamente había sacado en limpio que la víctima era
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poco o nada conocida en aquella zona de la ciudad. Casi nadie sabía muy bien cómo era el muerto ni a qué se dedicaba.
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No solía recibir visitas y paraba poco en el piso recién alquilado. ¿Para qué querría alguien como él tener un
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escondite así? ¿Sería un nidito de amor? Si lo era no había levantado sospechas entre la vecindad. ¿Sería acaso un
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lugar que estaba preparando para delinquir? ¿Para esconder qué o a quién? Cortés no podía dejar de hablar y gesticular
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Sus razonamientos no le llevaban a ninguna parte. Pero el puzzle estaba ahí con todas sus piezas intactas. Esa tarde
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empezaría a tomar declaraciones a los miembros de la asociación de estafados inmobiliarios. Había que buscar
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personas con suficientes motivos para cometer un crimen como ese. Rápido y sin dejar huellas. Bueno, tenía una cinta.
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Nada más terminar el café y cuando se disponía a salir de nuevo, sonó el teléfono.
-Capitán Cortés tiene usted otro
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paquete encima de la mesa con las mismas características que el primero y aún hay más han matado a otro hombre de
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una forma parecida a como mataron a la 1ª víctima. Necesitamos que venga urgentemente. No sabemos por dónde empezar

El Asesino de las Tres Caras (Cap. 7)

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Cuando Laura Flick vio por primera vez a su jefe Cortés, de buena gana habría salido corriendo. Era un tipo escuálido
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sudoroso, con aspecto de enfermo, avinagrado e inquieto. Sin embargo, ella sabía donde se había metido. Había pedido
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aquel puesto a propósito, después de que un buen amigo suyo se lo aconsejase. "Si quieres aprender, él es el mejor",
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le había dicho. "No le infravalores, aunque parezca que está ausente y no se entera de nada, es una máquina", había
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añadido y Laura siguió el consejo a rajatabla. Sabía que iba a trabajar con un enfermo mental, pero su meta era
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aprender y para eso había que estar con el mejor. En el momento en que Cortés le dio la orden de hacer el dossier se
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dirigió a la biblioteca donde trabajaba su novio Alex. Le pidió poder quedarse en la hemeroteca hasta que terminase.
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y Alex habló con los de seguridad y asumió la responsabilidad de dejarla sola hasta altas horas de la madrugada si era
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necesario. Le dio un beso a escondidas y le enseñó cómo funcionaba la máquina de microfilm. Laura dejó el bolso sobre
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la mesa. Sacó un café de la máquina y se dispuso a pasar horas buscando información sobre Lupinio Aguirre en los
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periódicos. Se centró en la pantalla que tenía delante, sin advertir la presencia de otros investigadores en la sala.
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
La historia de Lupinio Aguirre era un verdadero escándalo camuflado. Todo comenzó a los veinte años, en aquel barrio.
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Había conseguido recalificar unos terrenos en los que se había cultivado trigo durante toda la vida. No se sabe de qué
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Lupinio Aguirre salió a las portadas de los periódicos de la noche a la mañana, como una estrella emergente.
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manera logró hacerse con ellos, ni de qué treta se valió para conseguir un plan parcial; el caso es que lo consiguió.
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Construyó una fabulosa urbanización de lujo y se hizo millonario. Tanto, que llegó a fundar su propio banco.
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Así que de constructor dudoso pasó a ser usurero reconocido, pues engañaba a gente de su mismo barrio de procedencia,
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para después ir consiguiendo sus viviendas. No tenía escrúpulos ningunos, no se apiadaba de nadie, todos le temían.
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No se le conocía pareja alguna. -Claro- pensó Flick -¿quién se iba a acercar a él?- En ese aspecto no iba a encontrar.
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Y comenzó a pasar fotos y fotos guardadas en la hemeroteca: de inauguraciones, de cenas de nochevieja publicadas...
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
...-¡¡¡Espera!!!- Ella misma se sobresaltó. La hemeroteca se había quedado desierta, era ya madrugada.
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En el reloj de pared dieron las tres. A lo lejos, incluso llegó a escuchar las campanadas de la abadía de enfrente.
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El silencio era brutal, frío, espeso como una niebla de otoño. Solo estaban ella, la pantalla y el eco de su voz.
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-¡Dios mío!..no puede ser. Esta cara, justo en esta foto. No puede ser. He de llamarlo ahora mismo- Laura no lo sabía,
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
pero la hemeroteca estaba cerrada a cal y canto por motivos de seguridad, y no había, ni cobertura ni línea telefónica
J.J. Jacobo J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
Sin embargo, algo debía de hacer, y además, muy urgentemente. Que llevara aquella cinta en la muñeca era la clave.
J.J. Jacobo ‏@JuanjoJacobo
Pero ¿llegaría Laura Flick a tiempo, o, simplemente llegaría, a darle la información a su jefe?

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