La Habitación (II)
Yo solía vagar de un bar en otro sin esperanza ninguna. Había llegado un momento de mi vida en el que me cansé de tener el corazón roto, roto por muchos lados. La gente me decepcionaba continuamente, pero era una sensación recíproca, yo tampoco era lo esperado por los más cercanos a mí. La soledad y el vacío me inundaron lenta pero inexorablemente. La solución para evadirme del mundo fue el alcohol y las drogas. Llegué a pulirme una botella de Herradura reposado al día, desayunaba, comía y cenaba tequila, un gramo de cocaína y dos paquetes de cigarrillos. El chalet en el que vivía parecía un verdadero estercolero, pero me mantenía económicamente gracias a los derechos de una novela publicada unos años atrás, con venta para hacer una película con bastante éxito de público, de dudosa calidad en la adaptación del guión, interpretación y dirección, todo hay que decirlo.
No recuerdo demasiado bien cómo me atraparon ni quiénes fueron, la tajada que llevaba en mi cuerpo era inmensa. La última sensación nítida es la de salir de un night club con una eslovaca rubia diez centímetros más alta que yo (no sé porqué las europeas del este siempre son diez centímetros más altas, midas lo que midas tú) dispuesta a sacarme los cuartos de la cartera a base de Mum’s, coca y pasar la noche en mi cama durmiendo como una marquesa, porque no creo que se me empinara nada de nada. Aún así, no llegué a la vuelta de la esquina. Incluso he pensado muchas veces que la eslovaca me llevó muy astutamente a la boca del lobo.
El caso es que ahí comenzó un tiempo de pesadilla para mí.
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