La Conversación
Ya diez minutos antes de bajar al bar estaba inundado por una sensación de nerviosismo. No sabía de qué manera acercarme a él, y si, una vez me acercase, aceptaría mi conversación, al menos unas palabras.
Me decidí, por fin, más allá de medianoche. Allí estaba, apurando su copa, y me fui directamente hacia donde estaba él. Agarré un taburete alto y pedí lo mismo que él bebía para los dos. Se giró y me sonrió. No desprendía olor alguno, ni se movía ni un átomo de su cuerpo o extraños ropajes que vestía.
- Te he visto por aquí en alguna ocasión, siempre solo, y decidí invitarte a un Jack, ¿te importa?.-
Sin mirarme, me contestó con la misma sonrisa: - No sólo me has visto, sino que me has acompañado hasta la misma puerta del camposanto. Es un poco valiente y estúpido al mismo tiempo. No sabes quién soy.-
Su voz no era normal, sus palabras salían susurrantes y metálicas inundando el espacio de soledad, aislándolo totalmente.
- Pocos podéis verme, en realidad, alcanzáis a hacerlo los que estáis inmersos en una soledad irreversible, os habéis dado cuenta, y os resignáis, por fin, a vuestro destino.-
- Entonces....¿a qué te dedicas tú?.-
- A llevaros conmigo, suavemente, sin que nadie se de cuenta, sin que nadie os vaya a echar en falta. Os recluto para construir un ejército de soledad que inunde este mundo apestoso repleto de envidia, buitres, estafadores, gobiernos asesinos, explotadores del tercer mundo, faltos de amor. Cada vez hay menos contacto entre las personas, se limitan a daros un documento de identidad, un documento para conducir, un documento para poder ir al médico. Simples números. La humanidad muere lentamente, y yo lucho contra ello. Para salir vencedor, he de llevarme e instruir a gente solitaria, descontenta con la vida que le ha tocado vivir, que disfrute tan sólo cuando se encierran en la oscuridad de su habitación y se sumergen en un mundo de ficción tras un libro o una película que procure levantar el espíritu. Los amigos son efímeros momentos, casi siempre repletos de promesas incumplidas y batallitas pasadas. La soledad nos unirá de tal forma que comenzaremos a ver a los demás de forma desinteresada, sin miedo a cumplir un horario, sin nadie que nos mande, sin explicaciones que dar, tan sólo ofreciendo compañía unos a otros, estableciendo vínculos verdaderos e indisolubles.
- Yo no estoy solo, tengo a gente que me quiere, que estaría a ponerse en mi lugar en cualquier adversidad, que trata de ayudarme a salir cuando estoy en apuros.-
- Todo eso es efímero, querido maquinista. Al final del día, sólo tienes una amplia cama fría y un puñado de sueños inciertos, por los que luchas día sí y día no. Cuando estás en la cima de la escalera, a punto de alcanzar el ansiado torreón, tanto la bella princesa como el premio por salvarla se desvanecen y vuelves al primer peldaño. Siempre hay algo o alguien que sacude esa escala y acabas de bruces en el suelo, dolorido, en cuerpo y alma, y te vuelves a refugiar en tí mismo, en esa oscuridad salpicada de música clásica, recuerdos imposibles forjados en tu mente, y entonces es el único momento en el que te sientes seguro, a salvo. Yo puedo cambiar eso.
- Creo que no me convences....¿cómo puedo llamarte?.-
- Todos me llamáis "el Solo", ¿por qué cambiar?, me gusta mi apodo.
- Muy bien, Señor Solo, he de decirte que cada vez que caigo, eso es cierto, unas veces tardo más en levantarme que otras, pero al final lo consigo, magullado, humillado o de cualquier forma peor. Se produce en mí una recuperación lenta pero paulatina, y me lanzo de nuevo a volar.-
- Si, hasta que te vuelves a caer, y llega un momento que termina agotando.- "El Solo" hizo un pequeño intermedio para pedir dos copas más, esta vez Single Barrel sin agua de Vichy, y prosiguió. - Pequeño Maquinista, yo te conozco desde que naciste, y lo más general que puedo decirte acerca de tí es que tu destino está escrito como el de todos los demás, sin excepción, y por mucho que lo intentes, no podrás evitarlo. La idea del suicidio entró en tu mente cuando tenías catorce años, la infausta noche que la mujer de la que estabas enamorado locamente, lógico por tu edad, te dio calabazas. A partir de ahí, te he visto caer y levantarte obcecadamente mil y una veces, desde el día en que tus planes de futuro pasaron a una vida mejor hasta cada mujer de la que te has enamorado ha resultado una historia de final infausto. ¿Es que no te das cuenta?...Bueno, si que lo haces, a veces, pero tu cabezonería te lleva a tropezar una y otra vez en las mismas piedras.
- Bien....¿y qué me sugiere usted que haga?, porque yo no ansío la cúspide. Lo de comerse el mundo hace mucho que lo desheché, tan sólo pretendo arañarle algunos momentos a la felicidad y mantener una vida tranquila, un trabajo en el que me sienta realizado, gane más o gane menos, una mujer a la que cuidar y que me cuide, con los problemas diarios, las apreturas y las pequeñas satisfacciones o logros.
- ¿qué hora es, dulce Maquinista?.-
- Las dos menos diez, Señor Solo.-
- Se acabó la conversación por hoy. Te advierto que no intentes seguirme esta noche, se acerca una mala hora para venir detrás de mí. De ahora en adelante, me encontrarás en cualquier momento y en cualquier lugar, siempre al caer la noche, bajo apariencias que no imaginas ahora, pero por las que irás atando cabos.-
Se levantó como suspendido en el aire, llevaba un guardapolvos de entretiempo demasiado ajado por el tiempo. Mediría algo más de uno noventa, pelo largo hasta media espalda, negro como es azabache, y calzaba una gorra des esas tipo Chicago años veinte que le daban una imagen seria y austera. Al llegar a la puerta, se dio la vuelta y susurró, de tal manera que sólamente yo pude escuchar, obviamente, porque sólo iba dirigido a mí : - Por cierto, mi pequeño Maquinista, hace muchos, pero que muchos años, me solían llamar "El Señor de las Moscas", pero esto queda entre tú y yo, a ver si sabes guardar un secreto.- Y tocando su visera, a modo de despedida, desapareció en la neblina de la noche.
No conseguí acabar mi copa. Inmediatamente me puse la cazadora, pagué y me dispuse a marcharme. Al cruzar la barra, justo en la otra esquina, una chica rubia se volvió hacia mí, y disparando sus inmensos ojos violeta intenso, me sonrió y me dijo: - ¿por qué has estado toda la noche solo, bebiendo bourbon, y sin dejar de mirarme ni un sólo instante, querías decirme algo?.- y comenzó a reir de una formas suave y metálica mientras salía de aquel condenado bar.
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