Mr. Christmas
Le daba un vuelco el corazón cada vez que el calendario saltaba el treinta de noviembre. Comenzaba su mes, cuando era amo y señor. Se enfundaba su mejor traje y paseaba por el centro vigilando cautelosamente que todo estuviera perfecto. Las luces encendidas, los belenes en calles y escaparates, los puestos de castañas humeantes y atrayentes, bufandas, gorras, abrigos, olor de fría humedad en el ambiente. Sólo echaba de menos la nieve, cayendo tersa y algodonada sobre el pavimento, pero es que, a su edad, el médico le aconsejó trasladarse al sur, donde el clima era mucho más beneficioso para sus achaques. Sin prisa pero sin calma, compró los regalos para ponerlos bajo el árbol, el pavo para cocinarlo a en las brasitas de su vieja chimenea, el cava y las uvas para despedir el año, sacó la guitarra y la pandereta para amenizar la nochebuena y cortó hierba fresca para recibir a los reyes magos. Con todo dispuesto, se sentó a esperar.
Y esperó, esperó paciente a su mujer que nunca llegaría, esperó los hijos y los hijos de sus hijos que nunca tuvo, esperó la mesa engalanada, repleta de platos de comida pudriéndose de un día para otro, de semanas enteras de soledad, con villancicos polvorientos y turrones como balas, mirando por la ventana los edificios de enfrente, risas y celebraciones de fondo, aroma de hogar, motivos de dicha.
Mr. Christmas descorchó una botella y la bebió lentamente, trago a trago en su copa de cristal de Bohemia, como cada año, soñando despierto que tocaban a su puerta......
Joder pico me has echo llorar