"El Solo"
Nadie sabía cómo se llamaba, de donde había salido, ni a qué se dedicaba. El caso es que, de un tiempo a esta parte, los asiduos al café lo veíamos entrar al anochecer, sentarse en un rincón escondido de la barra y beber, uno tras otro, a sorbos cortos y ligeros, Jack Daniel's con agua de Vichy. No leía los diarios, no hablaba con nadie, simplemente se dedicaba a su whiskie con la mirada perdida en el horizonte.
Así que lo bautizamos con el sobrenombre de "el solo". En los pueblos existe la costumbre (o vicio) de poner apodo a todo lo que se cruza ante nuestra vista, y a ser posible, con la máxima carga de mala leche posible.
Un viernes por la noche, sin nada mejor que hacer, desarrollé el ejercicio de escudriñarlo. No guardaba parecido a nadie conocido, pero su rostro era tan común que parecía haberlo visto antes en mil sitios diferentes. Su tez era de blanca cristalina, rasgos afilados y mirada sin expresión alguna ni emoción sugerente. Esperé al cierre del café y lo seguí, a una prudencial distancia, por el entramado sinuoso de las calles del casco antiguo del pueblo. Mis pasos me llevaron, sin ni siquiera darme cuenta, hasta las mismas puertas del cementerio. Allí le perdí la pista a "el solo".
Una nube negra, más negra que el tizón, trajo un viento helado y una lluvia fina cayendo como agujas de punta. Volví a casa. No pude dormir.
Seguiré informando el próximo viernes, si logro atreverme a entablar una conversación con él.
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