
Tiene una cicatriz que le recorre la espalda, aunque sin saberlo, también le recorre el corazón. Acercarse a su cicatriz también es acercarse a su alma, por eso, hay que hacerlo con cuidado, despacito, con mucho cariño, saber cómo y cuándo bordearla, porque es tan frágil, que en cualquier descuido podría lastimarla, o provocar un espasmo que me lanzara de nuevo al inframundo. Sin embargo, y a pesar de lo que pueda parecer, su cicatriz es bella, es dulce y sabrosa, todo un mundo por descubrir en cada pliegue, en cada centímetro de sus dimensiones. Algunas veces, el relieve se vuelve escarpado y peligroso, difícil de caminar junto a él, otras, la mayoría de ellas, es una invitación al placer de acompañarlo, de disfrutarlo cada minuto. Su cicatriz es un cuento de hadas y una historia de terror a la vez, es un cúmulo de tiempo pasado en el que se amontonan risas y llantos, sorpresas inesperadas, un tango abandonado que busca un resquicio de luz por el que escapar, una guitarra que comienza a sonar afinada, un mambo interior que lucha por decidir si es la imperfección que necesita ser amada o si es tan sólo una estación de paso en la que el viajero parará a tomar un refresco y seguirá su camino, dejándola atrás sumida en el olvido de la noche. Su cicatriz es sensualidad, es una provocación a besarla, y tocarla, y sentirla parte de uno mismo, es la vida misma impregnada de bombas albiónicas en una habitación, es el miedo a perder la soledad, es una fábula tras otra vista con ojos de bobo, sin saber que sólo son fábulas, es la ilusión de saber que sí, que todo es posible, es la llegada del tren que se espera, es la viajera con quien compartir el camino. Tiene una cicatriz que le recorre la espalda, aunque sin saberlo, también recorre mi corazón.
Imagen: Salvador Dalí
Existe un relato que cuenta la historia de un aguador que colgaba con dos tinajas a diario. Una de las tinajas tenía una grieta, una fisura a modo de cicatriz por donde se escapaba el agua.
La tinaja un dia miró tristemente al aguador pidiéndole perdon por no poder cumplir con su cometido.
El aguador la contempló dulcemente y le mostró el camino de vuelta a casa. Ese lado del camino, el que recorría con ella a cuestas, estaba repleto de flores.
Sigue escribiendo...me encanta leerte,y sí,las cicatrices hay que coserlas,maquillarlas,y muchas veces enseñarlas,porque en el fondo no son sino otra cosa.... que las huellas de la vida.TQM.