Ella

Quedamos algo antes de medianoche, en la puerta del zaguán. Bajamos andando por María Auxiliadora hasta la calle Toro, y seguimos hasta doblar por un callejón oscuro justo antes de llegar a la plaza mayor. Me sorprendió la poca cantidad de gente que transitaba por allí, se suponía que íbamos a una fiesta, y en las fiestas, la gente entra y sale contínuamente. Tampoco había luces que indicaran que allí había una discoteca, así que le pregunté a dónde me llevaba. Me sonrió y me dijo -Relájate, lo vas a pasar bien-, al tiempo que se paraba justo delante de una gran vieja puerta de madera, sin timbres ni portero automático. Sólo una aldaba y una mirilla. Tocó tres veces, espaciando cada llamada, como una especie de contraseña, y la puerta se abrió.
En la entrada encontramos una especie de vestidor, donde dejamos nuestros abrigos. He de decir que las noches de otoñales de Salamanca son bastante frías, dejan caer niebla, y sin darte cuenta te cala hasta los huesos. Bajo su tres cuartos de ante, bajo una blusa de un rojo intenso, asomaba un generoso escote y eso me hizo fijarme por primera vez en su figura. No era más alta que yo, su cuerpo daba una sensación de tal fragilidad que pareciera estar a punto de levitar; muy delgada pero fibrosa, su enjuto cuerpecillo hacía resaltar aún más su pecho. Sobre su cuello de garza, unos labios bien formados y carnosos, nariz chiquitita, ojazos castaños claros que invitaban a acariciarlos, y media melena negra como el carbón , rizada y húmeda por la escarcha. Mientras descendíamos en montacargas a un piso inferior, me di cuenta de algo extraño, su sonrisa, ahora más abierta, se había vuelto un tanto pícara. Me agarró la mano y pasamos junto a otra puerta cerrada, esta vez de acero blindado.
Tras dos minutos de paseo por una galería iluminada por hachas de cera, nos plantamos frente a la entrada donde se suponía estaba la fiesta. Cruzamos el umbral, y de repente, se mostró ante nosotros una sala enorme hasta los topes de gente. Apenas había luz, sólo unos leves apliques azules, lo necesario para que no tropezáramos con todo el gentío que bailaba al ritmo de viejas canciones de David Bowie, Lou Reed y la Velvet, Iggy Pop, Joy Division o Bauhaus.
Me sentía bien, cada vez más cómodo, hablábamos de temas dulces al tiempo que nos servían disparos de tequila, que me produjeron al poco tiempo síntomas de la desinhibición propia del alcohol en mi cerebro. En un momento desenfrenado, la saqué a bailar, justo cuando pincharon el Triangle Love Bizarre de New Order. El calor podía sentirse en todo el local, casi podía cortarse con un cuchillo. Ella se contoneaba a mi alrededor al ritmo de la música, y pensé que, realmente, había sido una buena idea salir de mi reclusión por una noche.
No se que hora se nos hizo, pero aquello no dejaba de estar a reventar de gente sudando como descosidos. Comenzó a sonar Rock'n'Roll de Gary Glitter, y unos resortes en el techo accionaron decenas de splinkers que lanzaban por todo el local tibios chorros de agua refrescandoa la masa enfervorizada que cantaba el tema y agitaba los brazos hacia arriba en un extraño acto de posesión.
No tardo ni dos minutos en rodear mi cintura y conducirme a un rincón apartado. La ví sonreir feliz, el rimel de sus ojos corrido y los labios en un tono burdeos provocador. Se abalanzó sobre mí y me besó. A pesar del tequila, noté que su lengua sabía dulce y hermosa dentro de mi boca, y me excité con una rapidez impropia de la medio borrachera que empezaba a llevar encima. Aún así, me sentía transportado a otra dimensión, nunca antes me habían besado con tal dulzura y pasión animal al mismo tiempo. Sacó lu lengua de mi boca y comenzó a bajar por mi barbilla hasta mi cuello, mientras su mano cálida me desabrochó el botón del pantalón y buscó mi sexo erecto y duro como una roca. Las risas de Robert Johnson y los acordes del Hot Hot Hot retumbaban en mi cabeza como algo celestial, y curiosamente apropiado para la ocasión. Yo quería irme de allí, cuanto antes, porque estaba a punto de perder los estribos y poseerla en medio de un lugar público, delante cientos de personas. Pero no podía, me tenía completamente a su merced.
Fue súbito, tan súbito, que la explosión de placer incluso me trastornó, estaba eyaculando como un quinceañero en su primera experiencia sexual cuando apartó su cara de mi cuerpo y me miró de una manera extraña, muy extraña. De repente, sus ojos se volvieron del mismo color negro de su pelo, y la boca se troció en una macabra mueca para enseñar sus dientes largos y afilados. Fue tan sólo una décima de segundo lo que duro la visión, porque, en apenas un pestañeo, la tenía de nuevo en mi cuello, clavando sus finos colmillos en mi aorta, con una precisión matemática. Sentí un leve pinchazo, como cuando te clavan una aguja para sacarte sangre. Era eso precisamente lo que hacía, y esa aguja ardía dentro de mí. Mi sangre fluía de mi cuerpo a su boca, y no podía hacer nada para remediarlo, no quería hacer nada para remediarlo, era imposible remediarlo.
Lentamente, la fuerza me fue abandonando, las tenues luces azules se oscurecieron, la gente bailando eran ya tan sólo siluetas, y el Dirty Boulevard de Lou Reed apenas sonaba en mis oidos. Lo único que era perceptible para mí eran sus brazos alrededor de mi cuerpo, el olor dulce de su respiración en el cuello, y la oscuridad invadiéndome y llenándome por completo.
Acabo de despertar en la pequeña cama de mi habitación, relajado, como si hubiera dormido durante siglos, y ella está a mi lado aún dormida, dulce, suave, con su cara en mi pecho, en sus labios se dibuja una sonrisa....y una pequeña mancha de sangre....
Imagen: Edvard Munch
0 Response to "Ella"
Publicar un comentario