Antonio y Amparo (IV)

Dice el bolero que la distancia es el olvido, y Amparo comenzaba a concebir esa razón, más que nada porque se sentía un tanto despechada por la contínua ausencia de Antonio; ya se sabe, el enfado inicial se transforma conforme pasa el tiempo en indiferencia final. Te pueden pasar cosas la mar de curiosas. Hace poco, un amigo me contó una experiencia impactante, estando en el bar tomando una cerveza con otro amigo, entró la que había sido novia suya durante casi una década, y no lo reconoció, lo que confirma que el poder del olvido puede ser tan fuerte si se desea tanto que es posible no recordar con quien te estuviste acostando, durmiendo, compartiendo buenos y malos momentos durante tanto tiempo.

El caso es que, sin ser tan extremista, Amparo estaba a punto de guardar en un cajón de su memoria los recuerdos de aquel personaje cautivador cuando notó algo extraño tras ella. No podía definir con claridad la situación, simplemente se acercaba más a una intuición que a una certeza, pero se sentía observada, seguida, investigada. El caso es que su vida era de lo más rutinaria, demasiado trabajo, demasiadas cosas por hacer en casa, orden, monotonía, así que debía de haber una poderosa razón, por supuesto externa a ella, para tener a alguien vigilándola.

Su instinto femenino la llevó a devolver la jugada. Ella como nadie sabía cómo pasar desapercibida entre la gente, cambiando de apariencia, y los vigilantes pasaron, dentro de su inutilidad, como suele suceder con los esbirros de tres al cuarto, a ser vigilados. Amparo consiguió arreglar un traje de hombre, se disfrazó y comenzó una persecución clandestina que le llevaría a las puertas de un viejo almacén, en el que tan sólo había una luz en el piso superior.

Ese cambio en su vida también transformó el pulso vital de su comportamiento.

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