El Escritor de Canciones (Cap. 1)
Aquel martes por la noche cambió
totalmente su vida, siempre escondido tras unos versos, cuatro acordes y sus
libretas de pentagramas verdes, siempre verdes.
Había decidido establecerse en un
pueblo donde nadie fuera a conocerlo, por lo tanto, molestarlo, por lo tanto,
intentar sacarlo de su rutina en la que era feliz, en la que era,
probablemente, el mejor. Se comunicaba con su agente por fax, él le trasladaba
los encargos simplemente diciéndole qué artista requería sus servicios, y ya no
hacía falta más. Tenía un don especial para penetrar en la personalidad musical
de un intérprete escuchándolo cantar un par de veces, entonces su talento, su
imaginación, se ponían a trabajar sin descanso hasta parir canciones que
provocaban que cualquier corazón roto, por mucho que creyera ser ave fénix,
acabara borracho como una cuba en la barra de un bar oyendo una y otra vez su
propia historia retratada en una voz, como si esa voz y esa música, esos
estribillos hubieran nacido el uno para el otro.
Era casi un adolescente cuando se
dio cuenta de su don, pero no le daba demasiada importancia, ya que para él
resultaba muy sencillo observar movimientos en el escenario, poses fingidas,
estridencias en las subidas de tono o un sonido aterciopelado natural en una
voz; podía ver más allá de una interpretación, veía claramente el sentimiento
de un artista, si una letra le llegaba al alma o, por el contrario, se dejaba
llevar más o menos por la entrega del público. Detestaba los playbacks, los
consideraba un fraude para quien contrataba, para el público y para las mismas
bandas, que salían notablemente borrachos o colocados, cuando no las dos cosas
en un plató de televisión a hacer el paripé. En directo todavía era mucho más
vergonzoso, no entendía cómo la gente pagaba por ir a conciertos sin ser en
directo.
El gusanillo de la música le
había picado desde siempre, así que, ni corto ni perezoso, formó su propio
grupo con los amigotes de toda la vida, algo típico por aquellas etapa en la
que la expresión libre de la cultura, fuera en la faceta que fuera, había
explotado como una presa llenándose de agua poco a poco durante muchos años y
no se le hubiera permitido una vía de escape. El experimento resulto un poco
desastroso, ninguno de ellos tenía cualidades para tocar en condiciones, y al
único que sabía cantar medio en condiciones de todos, el pánico de hacerlo
delante de más de cinco personas lo mataba. Pero no todo fue malo en la breve
vida de “Ariel y los Suavizantes”.
Un nombre bastante pegadizo ¿no? Es un guiño a los nobres transgresores de los gripos de los 80', algo nostálgico, vamos.