Tango
Escucho a Piazzola y a Adriana Varela, es una raiz que agarré y que no voy a soltar en la vida, porque hubo un enorme corazón que me bajó los pies a la tierra de los coloraos, el limón, la vida y la tierra que me vió nacer. Nunca andaré como un porteño ni podré llegar a sentir la tierra del mate por mucho que cebe, me emburdele o hable lunfardo tal y como se campanean en corrientes, la boca o mi sueño en el lago de Tandil.
Fuera de contacto me permito compasear esta milonga que no olvida en la pequeña distancia que se hace larga de soledad, abandono y nostalgia, por mucho que escriba, cante o intente volar, por eso gimen las noches de tan silenciosa calma, faltas de vueltas de espalda, de retos dormidos y cama para tres al amanecer, una pared pintada en chocolate, el abrazo de Klimt que te sostiene, una suerte anunciada como la de Santiago Nasar desde el principio del libro y al que uno no termina de acostumbrarse por más que lo intente, a sabiendas que muere, que añora y se derrota sin remedio, que añora cicatrices, bombas y pies con pies, mosquiteras mal puestas con la mejor intención, sueños divergentes que uno se empeña en converger sin éxito, afiches colgados en el muro de mi corta memoria, grabados en un rincón al que sólo puedo acceder yo.
El tango para serlo tiene que acabar mal resuelto, perdido e inmortalizado, echado de menos, triste, solo, al borde de la locura, en el vagón con su asiento guardado, a sabiendas que no volverá a ser ocupado....y sigo virando (otro cigarrillo, por favor).
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