La Finca (I)
Para llegar, me dijeron que había que pasar por la milla verde, todo un espectáculo natural de propiedad privada, con alguien autorizado. No me fue difícil encontrarlo, un agente inmobiliario me acompañaría.
Pasar por allí fue como si montaras en la montaña rusa. A mi izquierda, una enorme montaña que quería comerte, llena de verde oscuro, helechos gigantescos y abetos fuertes e intimidadores. A mi derecha, un mar cabreado dando bandazos en forma de ola salpicando el cristal frontal del coche. Justo enfrente, una carretera con cambios de rasante y curvas cerradas, el asfalto medio desparecido, con baches provocados por las raices de los árboles, los desprendimientos de tierra y el salubre del mar. El agente hablando sin parar, casi ni mirando el camino, y yo cagado de miedo, acordándome de su madre y agarrado a lo que podía. Fueron quince minutos de mierda mientras los pasaba, ahora los recuerdo y pienso que andando hubiera disfrutado de la naturaleza salvaje ante mí.
Llegamos a la urbanización, y cambió el clima súbitamente. Un páramo envuelto en niebla espesa nos dió la bienvenida a un luger nevado. ¡¡¡¡Un lugar nevado enmedio de la nada!!!!. Una calle flanqueada por chalets adosados nos condujo al cementerio de la población. -Madre mía -, pensé, -¿dónde me he metido yo? -.
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