La Página 279

Le estaba comenzando a vencer el sueño. Le había venido lentamente, de una manera plácida, quizás la manera más plácida que pudiera conocer. Acostado en su enorme cama, bajo la tenue luz de un flexo antiguo con bombilla de esas que lanzan un suave color amarillento, entre beige y huevo escuchaba en sus auriculares el magnífico Turandot de Zubin Metha con la Caballé y Pavarotti, una buena ópera para terminar el día tenía un efecto relajante y le ayudaba a desconectar, con la habitación en semipenumbra, el aire caliente del calefactor a los pies de la cama erizándole el vello de los brazos, ni un ruido alrededor, sólo la música....el ambiente perfecto para leer.
Sobre las dos mesillas que flanqueaban el lecho, una buena pila de libros leidos y que tenía siempre a mano, pues eran parte de él mismo como Luces de Bohemia o El Amor en los Tiempos del Cólera, otros en proceso de relectura como Las Memorias de Adriano o Michele Sindona, el Banquero de San Pedro, de simple consulta, como La Interpretación de los Sueños, pues a menudo no lograba conciliar el sueño, y cuando lo hacía, tenía extrañas pesadillas y le gustaba mirar el significado de ésto o de lo otro, aunque no terminara de confiar mucho en lo que se decía acerca de ellos, o textos esperando ser devorados, como La Noche de Los Tiempos, el último best-seller que había acaparado su atención por el autor, Antonio Muñoz Molina, del que tenía un memorable recuerdo por su fantástico El Invierno en Lisboa.
Su método de lectura requería de todos los componentes mencionados, sin ellos, le era bastante complicado conseguir mantener la concentración en casa, concentración que sólamente volvía a recuperar si viajaba, sobre todo si lo hacía en tren. Le encantaba leer en los trenes, con su leve traqueteo contínuo, el interminable ruido de los railes, los escondidos paisajes por donde circulaba, las infinitas horas hasta llegar al destino señalado. Leer era una de sus grandes pasiones, pero con el paso de los años necesitaba crearse una atmósfera interior propicia, muy íntima, para poder sumergirse en la historia cuando leía novela, imaginar la escena en las funciones de teatro, en el mundo de sensaciones si se trataba de poesía, o comprender la intención del autor en los ensayos.
Se acercaba la medianoche, y el manuscrito que tenía en sus manos le tenía bastante atrapado, y el tope de cincuenta páginas diarias esa noche se le había quedado corto. El argumento era interesante, los personajes bien trazados, dejando escapar sensaciones poco a poco, y el desarrollo fluido, sin abundar en largas descripciones, y hablaba de literatura, no de la que él solía abordar todos los días, pero ayudaba a sentirse dentro de él.
A punto de cerrar los ojos, acabando el capítulo, pasando página, y coincidiendo con el principio del siguiente, descubrió la anotación en el margen interior, que hubiera pasado por alto de no haberlo abierto casi por completo, acomodándose la almohada para caer rendido a los pies de Morfeo. Era la página doscientos setenta y nueve, y escrito a bolígrafo en tinta violácea, vio el Te Quiero.
Esa frase aniquiló la pesadez de los párpados, sustituyéndola por un incipiente cosquilleo en el vientre. Sabía que estaba escrita para él, y había perdido la costumbre de ese tipo de cosas. Es más, puede que ni siquiera la hubiera adquirido, pues nadie antes lo había sorprendido de esa manera tan simple y tan bella al mismo tiempo.
Se sintió agradecido y grande, muy grande. Esa noche no leyó más, se quedó estacionado en esa hermosa página.

Imagen: Ramón Gaya

1 Response to "La Página 279"

  1. CLO says:

    Objetivamente, creeme, tienes el arte de transformar lo más simple en literatura. Gracias por eso, entre otras tantas cosas.

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