El Viaje en Tren

Dejó caer su maleta en el compartimento superior, justo encima de su asiento, se quitó la chaqueta y se acomodó esperando un dulce viaje. Pensó en dormir las primeras horas, pero la extraña agitación que sentía no se lo permitió, así que se echó la chaqueta por encima y se acurrucó contra el cristal.
Solía viajar mucho en tren, le gustaba, así su soledad se veía compartida por la multitud diferente y anónima subiendo y bajando en cada estación. Aprendió a escuchar y seleccionar historias para poder contar algún día, transformadas a su antojo, convertirlas en suyas propias, escritas en un pedazo de papel a quien leerle después. Se acostumbró tanto a escuchar que se olvidó del sonido de su voz, después de la misma vida. El ya no era él, o, al menos, se olvido de quién fue un día.
Cuando ella se sentó a su lado, dió un respingo en la butaca, apartó la cazadora, y acabó sentado en una posición casi marcial. Ella se presentó como una magnífica compañera de viaje, pero él no sabía salir de su oscura soledad. Tenía tantas cosas que contarle, tantas que preguntarle, y ninguna forma reconocible de arrancar. Eso lo mataba, si no estaba muerto ya.
Ahora quería volver a ser él. Espero que lo consiga, no quiere que se baje en la próxima estación.
Imagen: Vassily Kandinsky

2 Response to "El Viaje en Tren"

  1. Anónimo says:

    Decía Confusio que la virtud no habita en la soledad: debe tener vecinos. Te deseo un buen reencuentro contigo mismo para que puedan encontrarte también los demás.
    Y, recuerda, tú eres el maquinista, tienes las riendas de tu tren y de tu vida.
    Mil abrazos.

    Malditos duendes...

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