Una Especie de Hogar

Siempre se repite el mismo escenario, solo cambian pequeños detalles dependiendo del sueño. La casa de siempre, unas noches más grande, otras más pequeña, con un mayor o menor tono ocre en la iluminación. Se percibe cierto aroma tétrico avanzando la gravedad del asunto a soñar.
El pueblo dividido en dos zonas: la primera es un casco antiguo casi medieval prácticamente en ruinas, la segunda, situada a otro nivel y a las afueras, es una mezcla de cienagal, bosque laberíntico y escarpada montaña con lago hundido en el infinito. Es el remanso en donde puedo descansar en medio de una pesadilla, supongo que mi mente me ofrece pequeñas ventanas por las que escapar. Más allá del pueblo hay huerta, espesa y frondosa huerta, como la que conocí de niño, con su calor y mosquitos en verano, sus inundaciones en otoño y primavera, con su olor a barro húmedo y frío en invierno.
El lugar donde sueño tan a menudo no se va a separar de mí nunca, es la tierra de mis fantasmas y mis miedos tanto como el de mis anhelos y proyectos. Puede que fuera mala idea tomar tanta morfina a final de siglo, porque luego trajeron la cocaína con la excusa de su efecto desenganchante pero no te explicaron que ganabas otra adicción. Más tarde, en los sesenta, los ácidos me transportaron a otro mundo lleno de colores y ratas gigantes a partes iguales, lo que me condujo a una clínica de rehabilitación donde me atiborraron de prozac por las mañanas y ansiolíticos al anochecer, rodeado de krisnas perdidos en una dimensión paralela a la mía. El speed en los noventa me destrozó del todo, para ser sincero.
Ahora vivo a caballo entre el mundo real y el de los sueños. Nunca sé a ciencia cierta en cuál de ellos camino. Aunque he de decir que da lo mismo, porque ya no me sacan de esta maldita habitación acolchada…..

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