Barajas
La amo y la odio, según me pille el día y el cansancio. La T4 es aburrida; te puedes encontrar a algún famoso, pero como no soy fetichista me limito a contemplarlos en la distancia. Bueno, para llegar a la T4 el vuelo ya es caro. La otra terminal no se cómo se denomina actualmente. También me da igual, se que es para vuelos baratos, así que es como yo, de andar por casa.
Hoy me tocó volar en autobús con alas, sin número de asiento y a saber cuándo entras y sales del aparato. La cuestión es que me gusta la sensación del despegue, sea en un airbus a todo confort de Air Berlin, o en la aglomeración del viejo Boing de Ryanair. Esa es una historia que ya narraré en otra ocasión.
Lo distinto de esta jornada fue el hecho de abandonar mi lectura (es para mí una especie de religión leer más de 100 páginas en la espera, y escribir anotaciones en una de mis libretas verdes) para centrarme en la gente que espera en las puertas de embarque.
El primer recuento, obviamente, es ojear (siempre a groso modo) la gente que se dedica a unas cosas o a otras, y diferenciarlas por sexos. Comenzaré por el mínimo número de pasajeros sentados con tranqulidad leyendo un libro (yo me incluyo). En tres puertas de embarque seguidas pueden haber unas quinientas personas, de las cuales, no más de cincuenta leen, y de esas cincuenta, me atrevo a decir que unas cuarenta son mujeres. El dato irrisorio es que de las quinientas, más de cuatrocientas llevan un libro en la mano. Es posible que esperen a que alguien se compadezca de ellas y les lea un capítulo, a ser posible dramatizado, o simplemente estén tan aborregados que llevan el libro (a ser posible un buen tocho que se vea, y con el marcapáginas casi al final) porque queda 15M o algo así.
Bien, de quinientos nos quedan cuatrocientos cincuenta. Vamos a suponer la cantidad de cincuenta personas para redondear la cifra (y me estoy pasando), que se dedican a cosas varias: hablar entre ellos, cantar a coro (aunque el papa ya se fue), correr detrás de los niños (adoro los niños en los aeropuertos) o tomar un café tranquilos.
El resto, osea, cuatrocientos se pasan el tiempo de espera en el celular. Se por experiencia que es contagioso. Yo mismo comprobé mi correo varias veces y leí y escribí varios tweets, pero no me llevaron más de diez minutos. Admito la comodidad, el avance (intento adaptarme) y todas esas cosas, pero aparte de la lectura, cuando mejor me lo he pasado fue mirando por el cristal cómo despegaban y aterrizaban aviones junto a dos hermanos (él el mayor y ella la peque) que no pasaban de seis o siete años, mientras su madre, cerca, vigilante pero sonriente, disfrutaba cómo flipábamos los tres.
Hoy me tocó volar en autobús con alas, sin número de asiento y a saber cuándo entras y sales del aparato. La cuestión es que me gusta la sensación del despegue, sea en un airbus a todo confort de Air Berlin, o en la aglomeración del viejo Boing de Ryanair. Esa es una historia que ya narraré en otra ocasión.
Lo distinto de esta jornada fue el hecho de abandonar mi lectura (es para mí una especie de religión leer más de 100 páginas en la espera, y escribir anotaciones en una de mis libretas verdes) para centrarme en la gente que espera en las puertas de embarque.
El primer recuento, obviamente, es ojear (siempre a groso modo) la gente que se dedica a unas cosas o a otras, y diferenciarlas por sexos. Comenzaré por el mínimo número de pasajeros sentados con tranqulidad leyendo un libro (yo me incluyo). En tres puertas de embarque seguidas pueden haber unas quinientas personas, de las cuales, no más de cincuenta leen, y de esas cincuenta, me atrevo a decir que unas cuarenta son mujeres. El dato irrisorio es que de las quinientas, más de cuatrocientas llevan un libro en la mano. Es posible que esperen a que alguien se compadezca de ellas y les lea un capítulo, a ser posible dramatizado, o simplemente estén tan aborregados que llevan el libro (a ser posible un buen tocho que se vea, y con el marcapáginas casi al final) porque queda 15M o algo así.
Bien, de quinientos nos quedan cuatrocientos cincuenta. Vamos a suponer la cantidad de cincuenta personas para redondear la cifra (y me estoy pasando), que se dedican a cosas varias: hablar entre ellos, cantar a coro (aunque el papa ya se fue), correr detrás de los niños (adoro los niños en los aeropuertos) o tomar un café tranquilos.
El resto, osea, cuatrocientos se pasan el tiempo de espera en el celular. Se por experiencia que es contagioso. Yo mismo comprobé mi correo varias veces y leí y escribí varios tweets, pero no me llevaron más de diez minutos. Admito la comodidad, el avance (intento adaptarme) y todas esas cosas, pero aparte de la lectura, cuando mejor me lo he pasado fue mirando por el cristal cómo despegaban y aterrizaban aviones junto a dos hermanos (él el mayor y ella la peque) que no pasaban de seis o siete años, mientras su madre, cerca, vigilante pero sonriente, disfrutaba cómo flipábamos los tres.
Magnífica radiografía de la termial y de su espera. Creeme que me fijaré cuando esté allí.
Un saludo
Es interesante, de vez en cuando, ver el mundo desde otro prisma, se descubren cosas y se viven experiencias diferentes, sacando conclusiones la mar de "extrañas", jejejeje.
Un saludo Mientras Lees, no quiero interrumpir tu lectura, y muchas gracias por leerme....y comentar, algo que me encanta compartir.