Antonio y Amparo (II)
El romanticismo más exacerbado enfrentado a la practicidad más demoledora, esa era la constante entre los dos en cuanto comenzaron a sentirse cómodos el uno junto al otro. Muchas veces, la antítetis se convierte en complemento, es cuando se produce la magia de encajar engranajes a simple vista imposibles.
Amparo admiraba la capacidad de imaginar de su nuevo amigo, pero se le hacía difícil abandonar la realidad, se resistía estoica, le reprendía que alzara el vuelo tan alto, le decía que las caidas a gran altura terminan por hacer daño. No obstante, era imposible no disfrutar de las historias que brotaban de sus labios, había algo especial que lo convertía en un ser diferente al mundo en el que ella se movía como pez en el agua.
Antonio, por su parte, no se daba cuenta de su alrededor si no era por las riñas de Amparo. En el fondo.....y en la superficie, su espacio vital era una realidad paralela en la que la colmaba de todo lo que ella quisiera, y todo en forma de historias. Ella era la ladrona, una ladrona de guante blanco amasando fortunas a base de robar fortunas, almas y sueños, él era el pequeño escritor que la seguía a todas partes plasmando en su libretilla todo aquello que terminaron forjando hora tras hora, charla tras charla.
Crearon un mundo en el que sólo ellos eran protagonistas y sufridores de todo lo bueno y lo malo, ella se olvidaba de sus camisas recién planchadas, él de sus áridos trabajos de encargo para cualquier departamento de historia, baja del cielo, sube al infinito, en una constante montaña rusa de fuegos artificiales y disparos a bocajarro.
Pero la realidad es cruel, fría, salvaje, y saca a relucir sus cañones de a doce libras cuando menos te lo esperas. Un martes cualquiera, en el puente donde se solían ver, Amparo no encontró a Antonio. -Qué raro - pensó - el tarambana este no suele retrasarse -. Verse casi a diario había convertido la costumbre en una necesidad. Así que se sentó en el viejo banco a esperar hasta que cayó la noche, inquieta pero sin mostrar ni un ápice de impaciencia, tal y como era ella. Al día siguiente lo mismo, y al otro, y al otro, durante una semana, un mes. Parecía habérselo tragado la tierra. De modo que poco a poco, con el tiempo borrando la huella, dejó de sentarse "su" ya triste banco, sólo pasaba de largo por el puente, miraba el pequeño lugar privado forjado por los dos, y pasaba de largo.
Un día dejó de mirar.
(como ponen en la tele...........Continuará)
TE HAN DICHO ALGUNA VEZ, QUE NO SE DEBE ENTRAR SI LLAMAR ANTES.............ES PRECIOSO.